Soy Marielis Castañeda, del clan Sijono

Beatriz Vanegas Athías
05 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

En la columna de hoy cedo este espacio a la indígena wayuu Marielis Castañeda González, hija del pitchipu (palabrero) Edicto Castañeda y la indígena maestra Elia Marisol González Ipuana.

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Soy Marielis Castañeda González, estudiante de Derecho de la Universidad Santo Tomás, sede Bucaramanga. Con mucho honor pertenezco a la comunidad indígena wayuu. Habito en el departamento de La Guajira, nací en el seno del clan Sijono. Soy hija del señor Edicto Castañeda Barroso, palabrero (putchipu) de la comunidad wayuu, que vive en compañía de su señora, mi madre, Elia Marisol González Ipuana, profesora de la básica primaria.

Soy la tercera de siete hermanos, entre ellos cuatro hombres y tres mujeres con mi persona. Vivo en la alta Guajira, en el corregimiento de Punta Espada, en medio del desierto donde nos dejaron nuestros ancestros para poder disfrutar del canto de los pájaros, cohabitar con los animales y respirar el aire natural que tiene la madre tierra. Mis abuelos siempre contaban que a las plantas hay que cuidarlas y que algunas de ellas son nuestra medicina tradicional. Decían mis abuelos, dicen mis padres y ahora digo yo que a pesar de estar en el desierto siempre hay una manera de vivir el día a día y para eso hay que tener animales. En mi cultura el más rico no es quien tiene dinero, sino el que tenga su corral lleno de animales, el que tenga gallinas en el patio de su casa.

Otro sustento que tenemos es el bello arte de hacer mochilas, chinchorros y sombreros. Además de servirnos para el sustento, el tejido nos sirve para narrar nuestra vida, por eso se aprende a tejer desde que tenemos siete años. Las mujeres somos el pilar fundamental en la cultura. Cuando nos llega la primera menstruación nos encierran una semana —anteriormente era un año de reposo— y durante ese tiempo nos enseñan a tejer. Aprender a tejer indica que transitamos de ser niña a ser mujer adulta. Es ese el mismo instante en que nos aconsejan para ser una mejor esposa, una mujer luchadora. Todo esto gracias a la experiencia y conocimiento que tiene la abuela por haberlo vivido.

Los wayuu creemos en Dios al igual que todo el mundo, al que llamamos Maleiwa, pero otra creencia nuestra es el sueño laapu. Todos debemos creer en él y contarlo a los otros, porque cada sueño tiene un significado y luego de ser interpretado se deben seguir las recomendaciones dadas por la abuela o la persona mayor, así evitamos que suceda algo malo. Creo mucho más en el sueño porque gracias a ellos y a mi madre tengo vida. Cuando tenía meses de nacida todos los médicos decían que yo estaba desnutrida y que podría morir; mi mamá no dormía pensado en que perdería a una hija, pero entre llanto y tristeza una noche en su sueño llegó una señora que le dijo el nombre de un hombre que debería bañarme con chirrinche, que es el trago típico artesanal de nosotros. Este sueño reveló que un mal de ojo me había caído cuando estaba en el vientre de mi madre. Al día siguiente del baño con chirrinche, todo cambió. Hoy día soy una joven que cree que nuestros valores, costumbres y creencias deben ser respetados. A través de los sueños hay una relación del más allá con el más acá, es posible que se trate de personas de nuestra familia fallecidas que tratan de revelarnos situaciones o alertarnos para que nada malo nos pase.

Por eso la muerte para nosotros se respeta mucho. Hacemos dos tipos de velorio: está el de la muerte, que es cuando a la persona la lloran y a los tres días se entierra. Se debe dejar pasar un tiempo de siete años para realizar la exhumación, que es el segundo velorio donde se reúne todo el clan, en este caso, el mío es el Sijono. El cuerpo exhumado debe estar totalmente seco para que el difunto pueda descansar en paz e ir a jepira.

A pesar de estudiar Derecho fuera de mi comunidad y estar lejos de mi familia, no he olvidado mis costumbres, ritos y, lo más importante, mi lengua materna. Mi gran sueño es ser profesional en Derecho sin olvidar mis leyes wayuu basadas en nuestro sistema normativo en el que el palabrero (putchipu) es quien debe hacer cumplir, resolviendo los conflictos entre dos familias claniles por medio del poder de la palabra. Nuestro sistema no es escrito, por eso la palabra (putchii) es de gran peso. De esta manera, cuando termine mi carrera estaré defendiendo los derechos fundamentales que tenemos los indígenas, para seguir en la lucha y que no nos acaben.

Porque hemos sido fuertes ante muchas problemáticas que hemos tenido que enfrentar desde la colonización española. Ahora el colonizador es otro, pues las tierras son explotadas por la minería, expulsándonos poco a poco de donde nos dejaron nuestros viejos o ancestros. Esta mina a cielo abierto está afectando la dinámica cultural de todos los que habitan a su alrededor. Hablo de la empresa Cerrejón que, a pesar de las situaciones positivas que trajo dando empleo a muchos wayuus, se ha convertido en un caos para otros, que serían el 70% de los habitantes.

Desde que llegó esta empresa todo cambió, nos han alejado del espíritu ancestral, nuestros muertos no descasan en paz por el ruido del tren y del parque eólico. Nuestra vida ha sido distinta porque el polvillo del carbón nos ha causado mucho daño a la salud, el agua del jagüey se está contaminado tanto que ya no es apta el para el consumo. Han muerto muchos niños y adultos mayores. Ya no podemos criar animales, la actividad agrícola no se realiza porque nos han alejado de tata juya (lluvia); lo más triste es que hoy estamos lejos, por no decir fuera, de la tierra donde nacimos y que nos dejaron nuestros abuelos. Pero seguiremos luchando por el territorio donde nos dejaron los ancestros y donde ellos descansan ojalá en paz, protegiendo nuestro sistema normativo sin olvidar nunca de dónde somos ni quiénes somos.

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