Sri Lanka

Humberto de la Calle
28 de abril de 2019 - 10:15 a. m.

Más de 200 muertos y 450 heridos en uno de los ataques terroristas más graves de la historia permiten preguntarse por las causas de esta locura.

Durante mucho tiempo, Sri Lanka fue exhibido como la gran demostración de que la derrota militar de una guerrilla era posible. En 2002, con la presencia de Noruega como en el caso de nosotros, se insistió en una salida negociada. La idea fue atacada de manera inmisericorde, por cierto con casi los mismos argumentos utilizados aquí. Que era la entrega del país a la guerrilla, que implicaba una venia a la impunidad y que sería un precedente funesto para el futuro. Suena a discurso conocido por estos andurriales. ¿No?

El gobierno no entendió, como no entienden muchos aquí, que no basta con una derrota militar cuando existen fracturas en una sociedad y una serie de insatisfacciones pendientes y crecientes. Lo que se hizo fue liquidar la superficie, esto es, el panorama militar de la insurrección, pero quedaron las capas profundas, a las cuales se mezclaron, además de los problemas sociales aplazados, una ruptura social con fuertes condimentos religiosos. “Mientras no se tome la paz en serio… la respuesta puramente policial será un fracaso” (Currea de Lugo). Ojo: el primer ministro Bandaranaike logró un acuerdo que fue revocado unilateralmente.

Ojalá se entendiera el mensaje. El Acuerdo del Colón no es solo un ejercicio de desarme, por cierto cumplido a cabalidad por la guerrilla. Es una hoja de ruta para superar una situación que se caracteriza por una sociedad deshilachada. Tenemos territorio y tenemos población. Pero la idea de una comunidad nacional es muy frágil. En el fondo hay un cierto desconocimiento de la ciudadanía de sectores marginados: indígenas, afros, minorías. Son las múltiples colombias de las que hemos hablado. La resistencia a estabilizar el campo con acceso a la tierra y justicia es un acto de miopía inverosímil. Más de un siglo sufriendo el eslabonamiento de una violencia que arranca en el campo y termina afectando la vida burguesa urbana. ¿Cuánto del crimen en las ciudades proviene de masas de desplazados que apenas sobreviven en las villas miseria? ¿Qué perturbaciones crónicas se acentuarán por la reticencia a mejorar de verdad el ejercicio de la política? Excluir de la justicia transicional a terceros y militares dejará sembrada la semilla de nuevas violencias.

En fin: meditemos no solo en las víctimas de Sri Lanka, sino en las fisuras que no se taparon a tiempo. Ya tenemos sobre el tapete las objeciones a la ley de la JEP, expuestas con exceso de demagogia. Y comenzaremos un arduo camino dirigido a reformar la Constitución para enmendar el Acuerdo. Duque corre el riesgo de que se le escape su gobierno entre los dedos. ¿En la soledad, no pensará en su legado? No debería ser un desperdicio. Un joven que nos propuso cambio generacional no debería dejarlo en el tintero de viejas peleas.

Hay algo alentador: hace algunas pocas décadas, toda protesta era condenada por la opinión antes de empezar. Escuchar a Julio Sánchez Cristo preguntando si hay que marchar o no, y oír una variedad de respuestas, es un avance. Lo desalentador, en cambio, es ver la horda de miserables atacando a la Policía, cuyo papel era, precisamente, proteger la protesta.

 

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