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Suite Popular Brasilera

Luis Fernando Medina
28 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.

Me entero por la prensa que Dilma Rousseff está a un paso de ser reelegida presidenta de Brasil.

Ya pasó la primera prueba que era obtener la mayoría de la votación pero ahora falta la más importante: ganarse la confianza de aquel tribunal supremo que tutela los gobiernos de nuestros días al que solemos llamar "los mercados." No es fácil. A su antecesor, Lula da Silva, los mercados casi lo vetan. Cuando llegó a la presidencia la primera vez, entre la primera y la segunda vuelta hubo una fuga masiva de capitales. Ahora Dilma está en el mismo problema según los analistas. Tiene que demostrar que no es una comunista peligrosa que va a eliminar la propiedad privada, destruir la familia y a imponer el uniforme verde olivo en los carnavales. Uno se imaginaría que tras doce años en el gobierno, ya debería estar claro que el PT, con todos sus defectos y todas sus virtudes, es un partido que no está interesado en destruir el actual sistema económico y político del Brasil. Pero parece que no, que por más tiempo que lleve en el poder, por más que durante todo ese tiempo su agenda económica haya sido más cauta que la de muchos gobiernos europeos de los 70s u 80s, y más exitosa que la de muchos gobiernos de nuestro tiempo, siempre el PT tiene que dar muestras de que cree en el sistema de mercado.

Pero claro, es que es difícil confiar en un gobierno que se debe a las mayorías. Las mayorías no entienden, se dejan seducir por cualquier partido solo porque llega al poder y durante doce años genera excelentes resultados de crecimiento y erradicación de la pobreza. Insensatez extrema. Como explicaba en declaraciones al Wall Street Journal el diputado Emanuel Fernandes del derrotado PSDB, la campaña de Aécio Neves falló en la pedagogía: "Faltó explicar los riesgos para la economía. Nunca se logró dejar claro que hay una bomba activa en la economía y que es cuestión de tiempo antes de que explote." Porque el hecho cierto pero inquietante es que se ven nubarrones en el horizonte económico no solo de Brasil sino de toda América Latina ante la caída de los precios de las materias primas y los recursos naturales. (Estamos advertidos en Colombia...)

Pero de pronto las cosas no son tan simples. De pronto las mayorías que reeligieron a Dilma, lejos de estar obnubiladas, sabían exactamente lo que hacían. Después de todo, las dificultades de la economía brasilera no son algo que los oráculos de las altas esferas le hayan dictado en un trance al diputado Fernandes. Son tantos los brasileros que saben que el país está en problemas que hace pocos meses muchos se volcaron a las calles a protestar.

Así las cosas, tiene sentido que quienes más se han beneficiado de las políticas sociales del PT salgan ahora a defender al partido en las urnas. En tiempos de bonanza es fácil que todo el mundo esté de acuerdo con la erradicación de la pobreza, la inclusión social, las transferencias condicionales, la educación pública y las gambetas de Neymar. Pero es en las crisis cuando se sabe de verdad quiénes están comprometidos con las clases populares y quiénes prefieren sacrificar tantas lindezas en aras de la estabilidad financiera y la paz de los mercados.

Aunque ya es un lugar común constatar que América Latina, con excepciones como Colombia, lleva ya 15 años eligiendo y reeligiendo gobiernos de centro-izquierda, tal vez sea prematuro decir si esa racha electoral cambió el tejido político de la región. El común denominador de esas victorias es que han ocurrido en un contexto económico favorable, con boom de exportaciones incluido. Aún no se ha resuelto el interrogante de si esos logros de la izquierda se pueden mantener en tiempos de crisis.

En política la verdadera victoria no es ganar elecciones (aunque por supuesto no viene mal) sino lograr que el adversario aplique los programas de uno cuando gana. En ese sentido, el PT brasilero parece estar acariciando la victoria ya que logró que Aécio Neves prometiera mantener los programas de Bolsa Familia. Pero, comprensiblemente, el electorado del PT prefirió no poner a prueba esa promesa en este momento. De hecho, habrá que ver cómo reacciona la misma Administración Rousseff cuando la economía brasilera entre en aguas procelosas.

De modo que, desde el punto de vista de la izquierda latinoamericana, es posible que estos últimos 15 años deban considerarse a lo sumo como un buen comienzo, como el momento en el que pudo por lo menos foguearse y mostrarse pero faltando aún el siguiente paso: aquel en el que es capaz de dejar huella. La historia de América Latina se caracteriza porque sus élites político-económicas han estado dispuestas a matar y morir (mucho más lo primero que lo segundo) con tal de evitar cambios que en Europa se consideraban tímidos y moderados. Por eso, tras décadas de lucha, de clandestinidad e incluso de tortura (como la sufrió la misma Rousseff), solo hasta hace relativamente poco el PT puede presumir de haber podido introducir unas cuantas reformas que le hagan algo de mella a uno de los índices de desigualdad más insultantes del mundo. Y aún así tiene que esperar a convencer a los mercados. Y aún así tiene que seguir trabajando en su músculo político para aguantar las embestidas que vienen. Si suena frustrante es porque lo es. Pero nadie escoge el momento histórico en que le toca actuar.

 

 

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