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Superada la crisis, pero…

María Elvira Samper
23 de noviembre de 2014 - 02:00 a. m.

SOBRA DECIR QUE EL MOMENTO MÁS difícil para el proceso de La Habana ha sido la suspensión de las conversaciones como consecuencia de la captura del general Rubén Darío Alzate por parte de guerrilleros del frente 34 de las Farc.

Un hecho muy grave, pues se trata del oficial de más alto rango que haya caído en poder de esa guerrilla en 50 años, pero al fin y al cabo un hecho más de la guerra en medio de la cual el Gobierno y las Farc acordaron negociar.Un hecho que dejó al desnudo los problemas y contradicciones de las dos partes.

Fueron evidentes las fallas de comunicación interna del Gobierno. Inaudito que el expresidente Uribe haya sido quien revelara —vía Twitter y varias horas antes que el Gobierno— la captura del general Alzate; inadecuado e inconveniente que el presidente Santos le exigiera explicaciones al ministro Pinzón también por esa vía, e inexplicable que el ministro aún no haya podido responder por qué uno de los mejores oficiales del Ejército, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta Titán —creada para combatir el terrorismo y las bandas criminales en Chocó y Antioquia—, rompió los protocolos de seguridad y arriesgó su vida y la de sus acompañantes en una zona de fuerte presencia guerrillera.

Por otra parte, preocupante y peligroso que, de nuevo, Uribe conozca información reservada antes que el alto gobierno, que la divulgue y que nada pase (¿no viola acaso la Ley de Seguridad?). Evidencia reiterada de que sectores del Ejército enemigos de negociar con las Farc alimentan con información confidencial al más influyente y radical opositor del proceso.

Finalmente, suspender las conversaciones contradice el acuerdo de negociar sin interrupciones en medio del conflicto. El problema es que difícilmente el presidente podía hacer otra cosa, no solo por la presión de la opinión que exige más firmeza del Gobierno, sino en especial por la de los militares, pues la captura del general ocurre en la antesala de una reunión de la subcomisión técnica, de la cual hacen parte oficiales activos, para analizar escenarios relacionados con la dejación de armas, la desmovilización y el cese del fuego, reunión imposible con un general en cautiverio.

En cuanto a las Farc, también salieron a flote problemas internos y de comunicación. Lo demuestran la seguidilla de pronunciamientos del martes pasado en la mañana (del “no sabemos” inicial, al “sí tenemos” al general) y el peloteo sobre quién decidía la suerte de los secuestrados —los negociadores en La Habana o el frente 34 en el Chocó—, que finalmente desembocó en Timochenko, el mandamás. Quedó la sensación de que el secuestro del general cogió por sorpresa a Catatumbo y compañía y se les convirtió en una papa caliente. De ahí el tono moderado de las declaraciones, la disposición a una solución rápida, el llamado a volver a la mesa.

A la hora de escribir esta columna, parece desactivada la crisis y definida la liberación del general y sus acompañantes —y la de dos soldados en Arauca— e incluso es posible que hoy ya sea un hecho. La negociación volverá por sus cauces, pero quedan lecciones, como lo reconoció Catatumbo en una entrevista con RCN Radio el pasado jueves, cuando dijo que están dispuestos a estudiar medidas concretas para bajar la intensidad del conflicto. Porque con gestos y actos concretos de paz y no demostrando lo que ya sabemos —su capacidad de hacer daño—, es como las Farc pueden vencer el escepticismo de la mayoría. La crisis es una oportunidad para darle un nuevo aire al proceso de paz, pues hasta el momento ni el Gobierno ni las Farc han logrado que eche raíces en el corazón de los colombianos, que son los que tienen la última palabra.

 

 

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