Taller de escritura

Julio César Londoño
05 de julio de 2019 - 07:37 p. m.

Hace diez años dirijo con la poeta Betsimar Sepúlveda un taller de escritura en Cali. Estudiamos el cuento, la crónica, el ensayo de divulgación, la crítica literaria y la poesía. Estudiamos el cuento porque es un género feliz. Huele a infancia, abuelos, ingenio, fabuladores nocturnos. No hay que ser muy agudo para entender que las cosmologías y los dioses son hijos del cuento.

Estudiamos la crónica porque es hija de un suceso clave de mediados del siglo pasado: la fusión de noticia y narrativa. Gracias a la crónica, la noticia adquiere una dimensión humana y el periódico de ayer mantiene su vigencia. Gracias a ella, asuntos graves pero fácilmente olvidables, por ejemplo el asesinato de un anónimo y precioso líder social, nos conmueve y se salva del olvido.

Estudiamos el ensayo de divulgación porque nos permite entender asuntos complejos de las ciencias y las humanidades. Es por él que tenemos versiones legibles del mapa del genoma y del bosón de Higgs, de la filosofía moderna o de las revoluciones que han atomizado el poder en Colombia: la guerrillera, la narca, la paraca, la de los contratistas.

Estudiamos la crítica literaria porque sin ella el taller naufragaría en un mar de subjetivismos, de linduras como “entre gustos no hay disgustos”. Y porque sería un crimen de lesa literatura ignorar los ensayos de Wilde, Johnson, Poe, Reyes, Borges, Reyes, Valery, Blocker, Steiner.

Estudiamos esa cosa indefinible y alada, la poesía, porque se sabe que allí está la piedra agonal de todo, no solo el nervio de las letras sino del mundo. Porque sin ella seríamos, en el mejor de las casos, máquinas brillantes. Porque solo ella puede hacer, con un puñado de letras, un monstruoso artefacto de expresión.

Mis estudiantes no aprenden nada pero me enseñan mucho. Me han enseñado, por ejemplo, que el ingenio es enemigo del arte porque quiere ser la estrella cuando debería ser solo un partner de los protagonistas legítimos: los endriagos de la mente y las ansiedades del alma.

Me han enseñado que las moralejas son inmorales porque quieren que seamos buenos por temor al castigo, no por la bondad misma. Que pese a su poca popularidad, el mensaje moral es inherente a las obras literarias. Que el autor predica pero el exégeta es el lector. Y que si alguien está muy interesado en vender tesis políticas o morales, es mejor que opte por el ensayo.

Ahora están abiertas las inscripciones para un nuevo ciclo del taller. Discutiremos las minucias de la gramática, o la “dramática” como la llaman sus detractores. Estudiamos las poéticas de los géneros (luego el estudiante verá si las respeta o las subvierte). Nos criticamos sin contemplaciones, pero con respeto. Aprendemos a sacarle las mejores notas a ese antiguo instrumento que nos tocó en suerte, la lengua española.

Aunque la escritura creativa está en el centro, no descuidamos las otras habilidades lingüísticas: hablar, leer y, la más descuidada, el arte de escuchar.

El objetivo específico del taller es coadyuvar en la formación de escritores, por supuesto, pero no olvidamos que antes que escritores somos sujetos sociales, personas que se valen de las palabras para socializar, hacer negocios, formular proyectos, conversar, realizar fiestas, injuriar y seducir. Y para desempeñar el rol crucial de ser ciudadano, observar las leyes del Estado y las normas de la ciudad (perímetro de leyes y trampas, de jardines y cloacas). Para elegir bien y que, un día, la democracia deje de ser apenas una bonita palabra.

Es por esto es que alternamos las poéticas de los géneros con discusiones sobre sexo, educación, política, religión. Secretamente, el Taller de Escritura Comfandi de Cali es un centro de pensamiento con énfasis en literatura.

jclondono53@gmail.com

 

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