Tanatoturismo

Aura Lucía Mera
20 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Está en boga. Desbocado. “In”. El que no visita aunque sea una sola tumba no está en nada. Ya los tradicionales museos están pasando a segundo lugar. Así veamos colas interminables para entrar al Prado, el Louvre, el Metropolitan, el Guggenheim, ya no son comparables a las hordas que quieren ingresar a las catacumbas, cementerios solitarios en noche de luna, casas famosas por haber sido escenario de crímenes atroces, sitios de tortura, escenarios de desolación y muerte.

Chernobyl, Ground Zero en Nueva York, el cementerio judío de Praga, diversos campos de concentración donde asesinaron millones de judíos, la casa de Ana Frank, la Torre de Londres, el cementerio de San Diego en Quito, los palacios de la Inquisición, Alcatraz, la isla de Mandela y su celda. Lugares donde residieron narcos ya asesinados, el barrio Ciudad Jardín de Cali con sus casas abandonadas y comidas por la maleza, la hacienda Nápoles…

Psicólogos investigan y se preguntan qué motivación lleva a miles y miles de hombres y mujeres en sus vacaciones a visitar lugares donde el dolor y la tragedia son los protagonistas, en vez de escoger playas, montañas, paisajes idílicos o ciudades tranquilas.

El catolicismo por tradición es una tanato-religión que se concentra en la muerte, el sufrimiento, los latigazos, el dolor, y pone en segundo plano la resurrección y las enseñanzas de amor y reconciliación. Las catedrales medievales y el Vaticano son cementerios llenos de tumbas de mármol, mausoleos y cuadros de vírgenes llorosas. ¿Es compasión, morbo, deseo de conocer la historia, tener contacto con esas emociones tristes, rozar la muerte, alimentar la ira y el desconcierto, sentir pánico?

Personalmente, confieso que me encantan los cementerios. Sobre todo los de pueblitos indígenas, donde se mezcla el sincretismo religioso. Ecuador, Guatemala y México tienen tumbas de colores pastel, con flores de plástico que jamás se marchitan, y el Día de los Muertos se llenan de pétalos, incienso, canciones, comidas y licores. Anécdotas, lágrimas y carcajadas.

He visitado campos de concentración, el museo de las víctimas de las Torres Gemelas, la Torre de Londres, catacumbas, catedrales, prisiones… Me tocan fibras íntimas. Huelen a tristeza y dolor. Un silencio peculiar embarga esos entornos.

¿Qué me lleva a estos lugares? No lo sé. Tal vez una necesidad interna de conectarme con la realidad. Esa realidad dolorosa y brutal, que no tiene maquillaje. Me recuerda lo breve que es la vida, la inutilidad de las guerras, esos ríos de sangre derramada inútilmente, esas pasiones de odio y poder desbordados.

Pienso que esos lugares sagrados, por sus historias de dolor, nos invitan a la reflexión para que volvamos a la cordura y ayudemos a construir un mundo mejor.

Posdata. Creo que el tanatoturismo es necesario.

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