Tapados ni los tamales

Pablo Felipe Robledo
08 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Hace un mes, había 110.000 contagiados y 3.800 muertos en el mundo. Hoy, los contagiados son 1’400.000 (13 veces más) y los muertos, 80.000 (21 veces más).

Las anteriores cifras, aunque tenebrosas, están distorsionadas, pues en todos los países, en unos más y en otros menos, son cifras desinfladas. Incluso los más desarrollados han tenido problemas para obtener cifras confiables, pues no han contado con la cantidad de pruebas para hacer tomas masivas, no han tenido cómo procesarlas en forma certera y célere, y no han sabido a quién hacérselas y a quién no. Colombia tiene esos mismos problemas, además de otros, a pesar de los esfuerzos que las autoridades vienen haciendo.

Las decisiones de gran impacto público, y más las que tienen que ver con salvar vidas, necesariamente demandan información confiable. Y eso es lo que hoy no hay. Datos oficiales no es igual a datos confiables. Por ello, Colombia no puede darse el lujo de soltarle las riendas al coronavirus, un desbocado caballo de carreras al que solo es posible controlar, por ahora, apretándole las riendas, ello es, manteniendo un juicioso aislamiento obligatorio, como con total acierto lo acaba de prolongar el presidente Duque, descartando, por ahora, el eventual y mal llamado “aislamiento inteligente”, hecho que merece aplausos.

Nadie puede afirmar que la curva de la propagación en Colombia ya se aplanó, por la sencilla razón de que los datos oficiales no son confiables. Y mientras no tengamos información confiable, al Gobierno le será imposible tomar una decisión diferente a la que invitan la extrema prudencia y la obligación de salvaguardar vidas por encima de la necesidad de reactivar parcial y gradualmente la economía sacando a la gente a la calle a simular cierta normalidad.

No hay duda de que contribuir a aliviar las cargas de los empresarios resulta de gran importancia, pues el desarrollo económico y social es imposible sin el decidido concurso de los empresarios. Ayudarlos a ellos es ayudar a toda la sociedad. Pero tampoco hay duda de que salvar vidas es siempre la obligación suprema de un mandatario. Es imperativo trabajar en ambos frentes en este aciago momento, pero la vida humana debe privilegiarse más que la vida empresarial; una historia al revés sería terrible e imposible de contar a nuestros hijos.

Claramente, y así lo manifestamos en las redes sociales, no era el momento de decretar un “aislamiento inteligente”; era el momento de mantener el aislamiento obligatorio que, por ahora, es el más inteligente de todos. Así lo entendió Duque, y es un hecho que, reitero, debe reconocérsele.

La incertidumbre por el comportamiento del virus y la necesidad de ganar tiempo para hacer lo que hay que hacer con el fin de prepararnos de la mejor manera y enfrentar así lo que viene, que es lo realmente difícil, deben llevar al presidente Duque a actuar con determinación pero con suma cautela, es decir, a actuar bajo el principio de precaución, que no es nada distinto a ser tan desconfiado con el coronavirus como no confiables sean las cifras oficiales con que se cuente para tomar decisiones, pues como dicen en Buga: “tapados ni los tamales”.

 

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