Tarjeta verde

Antonio Casale
07 de septiembre de 2015 - 02:16 a. m.

El 18 de septiembre, en Italia, comienza el período de prueba de la tarjeta verde en el fútbol. Se hará en la segunda división. Ya se implementó con éxito en los torneos juveniles de ese país.

Así como la tarjeta amarilla y la roja se utilizan para castigar a quienes infrinjan el reglamento, la verde se usará para estimular a quienes, a criterio del árbitro, protagonicen acciones que resalten el juego limpio.

Así las cosas, al jugador que reconozca o confiese que el árbitro se ha equivocado, se le mostrará este acrílico. Al final de la temporada el jugador que más tarjetas verdes acumule recibirá una distinción, al estilo del goleador del año.

Para algunos es algo innecesario y estúpido. Otros creemos que es una forma de estimular las buenas maneras, el respeto por el rival y el buen comportamiento entre barras.

Es hora de restarle al fútbol algo del factor bélico que lo inunda desde la cancha hasta las gradas, todo porque una victoria o una derrota en nuestros tiempos se ha convertido en factor de vida o muerte. Es momento de resaltar algunos valores que se han perdido, aunque el fútbol los tenga de manera implícita, como la colaboración, el trabajo en equipo y el respeto por la profesión, que incluye al árbitro y al rival.

Hacen bien en implementarlo primero entre los juveniles y después en la segunda división a partir de las primeras jornadas. De esa manera se creará un hábito al respecto desde los partidos iniciales, donde no hay mucho en juego. Así, cuando lleguen las jornadas definitivas no será extraño que, aunque implique una afectación para el equipo propio, se beneficie el fútbol a partir de las tarjetas verdes.

Desde la vereda de los puristas dirán que parte de la esencia del fútbol es el arte de engañar y que un jugador jamás va a perjudicar a su equipo haciendo caer en la cuenta del error al juez. Imaginen a Marco Lazaga, después de su famoso gol con la mano que significó el ascenso del Cúcuta, diciéndole al árbitro que el tanto no era válido. Seguramente el país hubiera aplaudido ese gesto, pero sus compañeros y la hinchada motilona, lejos de celebrar su acción de juego limpio, lo hubieran condenado.

Lo cierto es que una cosa es engañar al rival con una gambeta y otra distinta es engañar al juez para que se equivoque en favor propio. La tarjeta verde puede ser un factor que, sin alejarse de la búsqueda de la victoria como objetivo de cualquier competencia, haga al fútbol un poco más justo sin necesidad de implementar tecnologías que lo desnaturalicen.

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