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Tecnología y periferia

Rafael Orduz
07 de abril de 2015 - 02:07 a. m.

Niños y jóvenes de los municipios de periferia merecen mejores opciones que la del reclutamiento de parte de los grupos armados o la de migrar a las capitales en claras condiciones de desigualdad.

El buen uso de las tecnologías de la información puede ser una clave para su futuro.

En Bogotá se sabe poco acerca de lo que ocurre en la periferia. De importancia estratégica, bien por su carácter de frontera, por el potencial ambiental de su territorio, o bien por ubicarse en zonas de conflicto, el centro los ignora. Allí la gente ha tenido que lidiar, por décadas, con situaciones recurrentes de violencia y, a su manera, ha tenido que inventarse la forma de vivir y salir adelante.

El Caquetá es, quizás, el departamento que mejor resume las migraciones motivadas por la violencia. Sus habitantes son, predominantemente, hijos o nietos de campesinos, principalmente del Huila y Tolima, que llegaron a hacer su vida huyendo del terror.

Sin embargo, la violencia “moderna”, la de paras y guerrilla, también se instaló en casi todos sus municipios. A pesar de ello, los caqueteños son orgullosos de su tierra y sus logros.

Belén de los Andaquíes es uno de los 16 municipios del departamento, poblado originalmente por huilenses de Acevedo y otros pueblos opitas. A una hora de Florencia y de Curillo, sufrió, hasta poco, la violencia paramilitar (Frente Héroes (sic) de los Andaquíes) y de la guerrilla (aún apostada en la zona montañosa, que se tomó el pueblo tres veces).

Uno de esos extraordinarios líderes que da la tierra, Alirio González, creó la Escuela Audiovisual Infantil en Belén. Con escasísimos recursos, la escuela es un espacio en el que niños y jóvenes desarrollan proyectos utilizando las tecnologías de la información.

Producen, entre otros, videos. Recorren el proceso de su producción con el mayor ingenio y los recursos más simples: armar una historia, diseñar la secuencia (el “story telling”), planear el uso del material de apoyo, decidir acerca del manejo de la cámara (planos abiertos, cerrados…), editar. Y, finalmente, divulgar en las redes sociales.

Las historias, con frecuencia asociadas con el territorio, mezclan dragones, serpientes amazónicas, la vida de la escuela, corridos de música norteña, raspachines e, ineludible, la marca de la violencia. Los infantiles productores, a veces, incluyen a sus padres en el reparto de actores (recomiendo ubicar, en Youtube “EAI Belén”).

Confluyen la creatividad alrededor del amor por lo propio, por un lado, y la destreza que adquieren los niños en el uso de tecnologías, códigos modernos de la actual sociedad de la información, por otro, que, en otros contextos, estarían disponibles sólo en los centros urbanos y para los más pudientes.

Ojalá el Gobierno entienda que el cuento no radica en el reparto de tabletas y sí en promover las tecnologías como herramienta para el trabajo en equipo, el respeto al medio ambiente y, en este caso, la valoración de los municipios de la periferia a partir de esfuerzos propios de la comunidad.

 

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