Tiempos difíciles

Valentina Coccia
20 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Es evidente que el mundo está atravesando por grandes cambios. La subida repentina del dólar, el coronavirus, la evidente crisis climática y muchas de las protestas políticas alrededor del mundo parecen ser síntomas de uno de los tantos pequeños apocalipsis que hemos sufrido como humanidad. El peligro inminente no puede sino incitarnos a la supervivencia, a proteger nuestra vida a como sea posible. Esa ansiedad puede sacar lo mejor o lo peor de nosotros. Por ejemplo, la reciente catástrofe del corona virus ha presentado síntomas negativos que van más allá de lo físico. Más de una vez un estornudo ha ocasionado un escándalo en el transporte público, o el hecho de que todos se aparten por miedo al contagio. Increíbles son las imágenes de los supermercados europeos, donde la gente entra a arrebatarse lo víveres. Pavorosa la escena en la que dos mujeres estadounidenses se insultan y se agreden por unos cuantos rollos de papel higiénico. Al parecer el coronavirus no ha sacado lo mejor de nosotros, aunque anoche, el aplauso masivo de los españoles a su personal médico fue realmente conmovedor.

¿Qué nos pasa cuando tratamos de sobrevivir? ¿Qué ocurre cuando una catástrofe sobrepasa a la humanidad? Primo Levi, sobreviviente del holocausto y autor del famoso libro Si este es un hombre, habló mucho sobre quiénes son los hundidos y quiénes son los salvados en una experiencia “apocalíptica”. Levi contaba historias de terribles personajes que robaban a otros, que acusaban a sus compañeros de campo, que preferían ganarse a los guardas del ejército nazi con tal de permanecer con vida. Esos hombres fueron los que sobrevivieron a los campos de exterminio, mientras que los que acataban las reglas y se solidarizaban con otros duraban apenas unos meses en las actividades de trabajo forzado: luego morían debilitándose por la escasa comida o eran exterminados con rapidez por su falta de eficiencia en el trabajo. En estos casos la ética se relaja en exceso, y las consecuencias de esto no se ven sino después del desastre. Primo Levi sobrevivió al campo de concentración: nunca nos contó qué hizo para poder hacerlo. Se suicidó a los 90 años de edad.

En su novela La historia la escritora italiana Elsa Morante cuenta el relato de una madre y sus dos hijos durante la segunda guerra mundial. En una escena particular, la protagonista ve un camión con víveres en la mitad de la calle: sus puertas están abiertas y ella aprovecha para saquear todo lo que queda en el camión. Cuando termina su pequeño robo, curiosamente, la mujer no experimenta otro remordimiento distinto a no haber robado más cosas para poder alimentar a sus hijos.

Muchas veces arrebatarle los víveres a otros o salir corriendo por nuestra vida sin importar a quien debemos dejar atrás o por quién debemos pasar por encima es la última alternativa que nos queda para quedar con vida. Sin embargo, en otras ocasiones, la solidaridad es la única alternativa para sobrevivir a nuestro ánimo resquebrajado. En la serie documental The Story of Us, dirigida y presentada por Morgan Freeman, presentan un caso de dos individuos que pasaron por el genocidio de Ruanda: una madre que había perdido a sus hijos en la catástrofe y el asesino que se los arrebató. Ambos relataron como ciertas políticas que asumió el gobierno en aquel entonces los ayudaron a sanar el pasado, a perdonarse y a comprender la suerte del otro. Hoy en día son vecinos y amigos: se hacen compañía en las tardes soleadas del país africano.

La lucha por la vida tiene distintas facetas. En una primera instancia nos afanamos por salvar el cuerpo, nuestro vínculo, aquello que nos mantiene atados a esta existencia. Pero por otro lado, a veces es más importante salvar el alma. El suicidio tardío de Primo Levi no es más que la prueba de que ciertos actos de mezquindad que cometemos para salvar nuestro pellejo nos llevan a la desolación más infinita. Propongo que salvemos el cuerpo, pero también el alma. Más vale salvarnos todos en solidaridad que sobrevivir unos cuantos en egoísmo.

@valentinacocci4, valentinacoccia.elespectador@gmail.com

 

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