Tiranotauro

Aura Lucía Mera
18 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Acabo de leer que en Bogotá se tiene previsto para agosto un referendo sobre la autorización o prohibición de las corridas de toros en la plaza de Santamaría. Votar Sí o No.

Jamás me imaginé que el alcalde Enrique Peñalosa se prestara para tal exabrupto. Siempre he tenido de él una magnífica percepción. Un hombre honesto, apasionado por su ciudad, conocedor de ella, siempre con planes ambiciosos y de largo alcance a los que muchísima gente de mirada miope y cortoplacista se opone.

Voté por él en su primera alcaldía —yo vivía en Bogotá—, y esa sucia y desgreñada capital, que no tenía salidero posible, cambió de cara y se transformó. Esa realidad nadie la puede negar. Posteriormente nos hemos encontrado en algunas ocasiones puntuales. Siempre me ha parecido un caballero y un gran señor. Estructurado, de ideas claras y con pasión por hacer las cosas bien.

Por eso no me lo imagino siquiera aceptando o proponiendo un referendo sobre la tauromaquia en Bogotá. Jamás se me pasó por la cabeza que se le ocurriera siquiera esa idea. Una cosa es no ser aficionado taurino y otra muy diferente convertirse en un tiranotauro.

El referendo en sí me parece, aunque no sé nada de leyes, totalmente ilegal, porque no se puede, en una ciudad de ocho millones de habitantes, decidir el futuro de un espectáculo de minorías. Esa es la crónica de la muerte anunciada y el estacazo final y matrero para un espectáculo que muchos consideramos un ritual sagrado. Un arte. Un patrimonio cultural. Una tradición enraizada desde la Colonia. No solamente en Bogotá, sino en toda Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela, sin contar España, Francia y México.

Un espectáculo que tiene un aforo de máximo 12.000 espectadores; que se realiza una vez al año en cuatro fines de semana; que mueve la economía en ventas y comercio pintoresco; que le deja a la ciudad dinero contante y sonante porque todo o prácticamente todo se va en impuestos; que da trabajo a muchísima gente que vive del Toro, así, con mayúscula; que mueve turismo y no perjudica a nadie, porque nadie —absolutamente nadie— está obligado a asistir, no puede ser mutilado de un hachazo. Se convirtió de un momento a otro en un asunto con fines y propósitos políticos. Populismo barato. Irrespetuoso de los derechos de las minorías, que además abre una brecha oscura para seguir prohibiendo espectáculos y otras manifestaciones en que se sabe de antemano que ganará la mayoría en contra de la inmensa minoría que defiende sus derechos.

Creo que Bogotá tiene asuntos muchísimo más importantes que definir y planificar como para despilfarrar un dinero en algo tan absurdo como un referendo prohibicionista a un espectáculo que se convirtió, desde Petrus Imperator, en el florero de Llorente del populismo barato, la violencia reprimida y las manifestaciones agresivas. Eso sí es malgastar el patrimonio público.

Espero que prevalezcan la cordura y el respeto. Y pregunto: ¿en ese referendo también van a caer los gallos de pelea, el coleo, las corralejas, el boxeo y el circo, o solamente el chivo expiatorio de la arbitrariedad son los toros? ¿Petro salva sus gallos y los taurinos perdemos los toros? ¿Así de ese tamaño es la farsa?

¿Nadie va a defender el derecho de las minorías taurinas… los del derecho de la adopción en parejas homosexuales? ¿Las iglesias cristianas son antitaurinas?

Alcalde Enrique Peñalosa: no le queda bien su tiranotaurismo. Es inexplicable que se deje manosear del populismo. Nunca fue su estilo. Piénselo. Le envío un abrazo envuelto en una muleta y una montera, con un abanico y un clavel.

 

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