Trump suena como trampa, y no es casual. Porque en una de las mayores paradojas de nuestro tiempo, un magnate egocéntrico y racista, ignorante de las normas y reglas más elementales de política nacional e internacional; con deudas personales que superan los cientos de millones de dólares; convertido en una celebridad menor debido a un programa de televisión; un empresario mitómano, misógino, demagogo e inescrupuloso al que jamás le inquietó la suerte de los más pobres y vulnerables, se convirtió en el líder y representante del hombre común de EE.UU.
¿Cómo es posible que semejante engaño haya prosperado? ¿Cómo se explica que la mitad de la población de la potencia mundial haya sido tan incauta como para respaldar a un farsante? Y ahora, casi cuatro años después de su primera elección, tras demostrar de manera inequívoca no sólo su ineptitud sino su malicia y corrupción, estas personas lo siguen apoyando. Pero hay algo peor todavía, y es que cada solución que Trump ha propuesto para resolver los problemas más urgentes del país y del mundo ha sido la más equivocada y ha perjudicado, ante todo, a sus propios seguidores. Pero aun así esta gente lo sigue apoyando, marchando tras él hacia el abismo.
Para ver hasta qué punto ha sido un suicidio este respaldo político, basta hacer un ejercicio sencillo. Y es preguntar qué ha hecho Trump ante los mayores problemas que existen, cuya verdadera solución no es un misterio. Frente a todos se sabe perfectamente lo que hay que hacer. Y por eso llama tanto la atención que este mandatario haya hecho, cada vez, exactamente lo contrario de lo indicado.
Por ejemplo, ¿qué hace Trump frente a la polarización de EE. UU? Atiza los ánimos, infunde pánico, y en vez de unificar el país se dedica a dividirlo todavía más. ¿Qué hace en medio de la detonación de conflictos raciales? Fomenta el racismo y espolea sectores neonazis para que salgan a las calles, armados hasta los dientes. ¿Qué hace frente al mayor obstáculo de EE. UU., que es la desigualdad? Pasa a empujones una legislación atropellada, hecha sin cuidado y sin explicaciones, para reducir los impuestos a los más privilegiados, lo que sólo aumenta la brecha entre pobres y ricos. ¿Qué hace ante la gran amenaza de nuestro tiempo, que es el calentamiento global? Saca al país del Acuerdo de París y elimina regulaciones diseñadas para reducir emisiones, evitar envenenar los ríos y contaminar el medio ambiente. ¿Y qué hace con la pandemia que está matando a miles de personas a diario? Primero, niega que existe; después afirma que es una patraña inventada por sus enemigos políticos; luego, cuando su amenaza y letalidad son innegables, ridiculiza el uso de tapabocas, el único recurso fácil y barato para combatirla; en seguida sugiere remedios lunáticos, incluyendo el consumo de detergentes; y para rematar hace lo posible para quitarle la asistencia médica a millones de personas en medio de la mayor crisis de salud pública. Y hay miles de ejemplos más.
En efecto, cada solución que Trump ha propuesto ha sido exactamente la más equivocada. Y todas han lastimado justamente a la gente que más lo venera. No obstante, lo más insólito es que sus propias víctimas lo siguen apoyando. Marchando y cantando felices, agitando gorras y banderitas y creyéndose patriotas, camino al abismo.