Todavía no es con Duque

Lorenzo Madrigal
09 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Quienes hemos transitado por la oposición, casi de oficio, sabemos que no debe hacerse sin causa ni motivo y menos a destiempo, esto es, sin que el funcionario comience a desempeñar su cargo.

El llamado desierto de la oposición vaya si es duro. No ser estimado, sentirse mosco en leche en reuniones sociales, no allanarse a favor oficial alguno ni desearlo y casi pensar que los servicios públicos como los de agua y luz son favores del Estado que más tarde nos serán cobrados. Y hay que tenerse en pie.

Duque, Iván Duque, presidente electo de Colombia, no se ha posesionado. Parece necesario decírselo, muy quedo, a aquellos amigos que ya le cobran al nuevo gobierno los atroces asesinatos de líderes que vienen ocurriendo en estas postrimerías del gobierno de Santos, muertes que desgraciadamente podrían seguir ocurriendo porque el Estado no tiene instrumentos para contenerlas y castigarlas. Ya lo confesó en una de estas noches el ministro Rivera a Yamid Amat: a una amenaza inminente, la denuncia debe someterse a un comité de evaluación y entre tanto el amenazado es difunto. Más bien se espera que los nuevos le pongan fin a este espantoso desangre.

Hablando de la política, ya no de la criminalidad, es un hecho tozudo que la rivalidad entre los presidentes Santos y Uribe, la ganó éste, en muy clara y reiterada apelación a las urnas. “No pelearé con Uribe”, dijo Santos, “tengo ese mantra”, agregó. Aunque yo poco entiendo de frases cabalísticas, lo cierto es que no lo cumplió. Ahora el electo dice que no usará el espejo retrovisor. Tampoco podrá hacerle honor a la promesa, pues desde ya parecen acusarlo de lo que no le concierne a quien no se ha posesionado.

Le quedan muy pocos días de interregno en calma al nuevo mandatario, pues una vez conocido su gabinete (aunque sospecho que en él habrá pocas personas conocidas), bastará con dos o tres nombres para que estalle la crítica.

La derecha no puede haber ganado, no se le permitirá; sólo a Petro se le hubiera tolerado y a cuantos adhirieron a él, a la hora de nona, así se hubiera entregado el país al disolvente socialismo del siglo XXI. Hasta el propio Santos se hubiera sentido mejor con su llegada al poder que con la de este joven funcionario del BID y estudioso congresista, que difícilmente va a sacudirse la sombra del enemigo número uno de los Santos cogobernantes, el mismo que otrora admiraron como “el mejor presidente de la historia” (y, recodémoslo una vez más, como “el irreemplazable”). Unos pocos recorríamos, en ese entonces, el pedregal de la oposición.

Se empieza a hablar de lo sano que puede ser que entre a regir un esquema rígido de gobierno-oposición. Lamento que haya que estrenar ese chaleco ortopédico del nuevo estatuto, que atropella las libertades públicas.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar