Hoy le hicimos un desayuno desagravio a la vice Marta Lucía y le servimos: escándalo apanao y envuelto de entripao en una asolución agridulce.
Gracias tías, estaba de rechupete. Bueno, a lo que vinimos: tías, quiero que sean las jefas de debate pa mi campaña presidencial.
Cómo así, Martica, ¿te vas a lanzar después del rollo de Bernardito? No siás conchuda, ole. Y por qué no, tías, así es la política: la mejor defensa es el descaro.
Miren tías, si yo me achanto y renuncio a mi sueño de ser presidenta, le doy gusto a la recua de lombricientos que me quieren ver en la inmunda. ¡Ni por el chiras!
Tías —prosiguió Martica—, desde que me conozco tengo atornillada una meta entre ceja y ceja: ser la primera mandataria. Y lo seré, así me toque encanar a Bernardo.
No tiene cuándo yo tirar a la basura estos 23 años de angustia, guardando el secreto vergonzante, sufriendo que en cualquier cháchara se me zafara, o me quedara dormida en un consejo de gobierno y hablara dormida.
Era horrible, tías: me daba pánico salir a la calle sola y que me dieran burundanga y sin voluntad llamar a Vicky Dávila y contarle todo. ¡Ese suplicio no se lo deseo ni a Gonzalo Guillén!
Ustedes no se imaginan tías lo que yo sufría cuando me invitaban a las reuniones del Centro Democrático, y todos contando sus tragedias familiares y yo callada.
¡Qué tortura guardar un secreto! Uno bien sabroso en un coctel de periodistas y no poderse tomar un miserable vino por miedo a soltar la lengua.
Y qué martirio cuando me entrevistaban y me pedían contar alguna anécdota llamativa, y yo atragantada con esa joya.
Qué dolor cuando le tuve que contar a Pastrana —dijo Martica tomando aire—. Menos mal Andrés lo vio normal y me apoyó: Fresca Martica, toda familia tiene su oveja negra, y hasta dos, como la mía.
A Uribe sí le conté más tranquila porque ya sabía lo del papá, y tan bello me felicitó: Esas no son penas hijita, si aquí hubiera delitos de sangre yo no habría pelechao.
Oites Marta, ¿y nunca te confesates con un cura? Una vez, tía, con el padre Chucho, y no me aguanté y le conté el embuchao y él me puso de penitencia que guardara silencio.
¿Y por qué no le contates a Duque? —metí la cucharada. Yo sí pensaba, tía, pero Alicia me dijo que mejor le contara al jefe, que no estresara a Iván porque el maldingo estrés le da por mecatiar.
Marta, la gente te reclama es por qué nunca nos dijites nada a tus votantes —dijo Tola retirando la loza. A ver tía, y si les hubiera contado, ¿habrían votado por mí? ¡Ya voy Toño!
Yo sí —brinqué yo—. Si sumercé nos cuenta, hubiéramos pensao: tan berriondita esta Marteja, prefirió decir la verdá y sepultar su carrera política. ¡Tenga su voto, mamita!
Tías, así le pique y le rasque a la cobarde envidia yo sigo mi vida pública, y voy a odiar todavía más el narcotráfico hasta matar la última mata que mata —concluyó Martica bogando su vasao de glifosato.
Ve Martica, ¿y supites si la pena que pagó Bernardo sirvió pa bajar el consumo?
Ñapa: Qué pesar que no pudimos aprovechar el día sin IVA porque no nos aprobaron la hipoteca inversa.
Ñapita: Oites Tola, ¿qué le regalaron tus hijos a Ananías de Día del Padre? Un tapabocas con güequito pa fumar.