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Torre de Babel, torre de papel

Viviana Quintero Márquez
18 de septiembre de 2008 - 01:47 a. m.

MUCHAS DE LAS PERSONAS QUE he interpelado no dicen sentirse a gusto con el trabajo de archivo. En el imaginario los archivos son lugares recónditos donde los investigadores escudriñan el pasado en torres de papel. Sin embargo, éstos se extienden entre todos los filamentos que conectan el orden social y para varios casos, se convierten en la evidencia viva de las tensiones entre la memoria y el olvido.

En un viaje de trabajo al municipio de Trujillo, Valle, me encontré con la necesidad de acudir al archivo municipal. Iniciado el recorrido, lo menos sorprendente fue que el archivo se encontrara ubicado en la antigua cárcel del pueblo. Una vez abierto, fueron pocos los segundos en los que pude reparar sobre el entorno, pues una lámina de barro que cubría el suelo obligaba a desplazarse de lugar. El panorama era inquietante: una realidad de cajas rebosantes de papeles y carpetas apiladas en desorden, se deshacían frente a las inclemencias del clima y algunos insectos enormes y roedores. Un techo que se caía por todos lados, ninguna nomenclatura en los documentos. Como resultado, no pude encontrar las carpetas que me proponía. Quizá no tanto por el desorden sino por las “incursiones clandestinas” que a altas horas de la noche, extraen papeles de su morada “provisional”.

Como este archivo municipal, existen archivos de varios tipos. El archivo nacional es uno. Los archivos regionales y locales, otros. Hay archivos de instituciones estatales, archivos privados, archivos familiares. Álbumes fotográficos, periódicos, gacetas. Hay archivos que guardan revistas, archivos militares, archivos notariales. Hay archivos clasificados, archivos encriptados, archivos silenciados. Archivos vivos y archivos muertos.

La mayoría de “hábitos de pensamiento” que se tienen sobre los archivos es que estos son un conjunto ordenado de documentos que una persona, una sociedad, una institución, etc., producen en el ejercicio de sus actividades y organizan en innumerables carpetas para las que hay dispuestos grandes anaqueles en lugares asignados para los mismos. Pero lo que muestra la realidad es que los archivos se han abierto espacios en lugares inimaginables para éstos y que se han configurado de formas rudimentarias, sin nomenclaturas ni direcciones.

La realidad de los archivos es que éstos se mueven entre su especificidad, su espacio y la importancia y recursos que distintos sectores les aporten. Éstos se muestran como sendas embrolladas de la memoria, como garabatos desordenados y escrituras sueltas. Los archivos han conocido las invasiones, las luchas y las rapiñas. Son escenarios y evidencia de disfraces, trampas y desigualdades, son sobrevivientes. Cada uno en su singularidad, regala desde su abandono lo que menos se espera: una fotografía, una nota, una carta, un memorial. Son saberes minuciosos: grandes cantidades de materiales apilados (no ordenados) y en últimas, como afirma Michael Foucault, son el cuerpo mismo, la superficie de inscripción de los sucesos.

vivi.quinterom@gmail.com

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