Trabajo vs vida

Fernando Araújo Vélez
23 de noviembre de 2018 - 10:20 p. m.

Yo creía. Quería creer y me aferré a unas cuantas películas y a una que otra canción que me hablaban hasta las lágrimas de que el tiempo de trabajo era uno, y el del hogar, la familia, el amor y demás, era otro. El trabajo iba por un lado, y de tanto condenarlo, hasta el extremo de crear nombres para enfermedades de trabajo, terminaron por satanizarlo. De un día a otro, el trabajo pasó a ser el gran culpable de las rupturas amorosas, de que los niños no pudieran jugar y perdieran materias en la escuela, de que los adolescentes se drogaran, de que los abuelos murieran solos, como si alguien muriera acompañado, y de que los adultos nos deprimiéramos y demás. La gran sentencia fue “No lleves trabajo a la casa”.

Pero yo pensaba en mi absoluta ingenuidad que uno no tenía botones para apagarse, por más de que por las noches, antes de dormir, como una rutina metafísica, apagara mis ojos, apagara mis manos, apagara mi ser. Aún por aquel entonces, seguía creyendo en lo que decían: “el trabajo era el enemigo”. Un día, sin embargo, en una reunión de padres de familia que no hacían más que crucificar lo laboral, me quedé pensando que al paso que íbamos, los niños iban a sentir aversión por nuestro trabajo y por todos los tipos de trabajo. Luego repasé las obras de los grandes artistas, las vidas de esos hombres que cambiaron un poco la historia, y concluí que ninguno tenía horarios.

Dormían, sí, pero si en medio de la madrugada se les ocurría una frase, un color, una imagen, una acción, se levantaban y la registraban en un papelito, sin pensar que estaban en sus horas de descanso, y seguro, más de uno seguía de largo. Para ellos, la vida no se dividía en vida y en trabajo, porque el trabajo era su vida. No lo demonizaron. Es más, ni siquiera les importaba que el trabajo fuera extenuante y, mucho menos, una insoportable rutina. Algunos iban a una oficina o laboraban en fábricas, y decidieron plasmar parte de su arduo y penoso trabajo en sus obras. Integraron el trabajo a la vida y viceversa, y con su obra, más allá de que hubiera quienes dijeran que era buena, mala o regular, dejaron en claro que cada quien es y debería ser responsable de su propia vida, y que solo asumiendo el trabajo con un para qué y sin horarios, dejaría de ser una pesadilla.

 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual es editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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