Tres dinosaurios

Juan David Ochoa
18 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

El pasado jueves, en un hotel del centro de Bogotá, se reunieron César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez: los tres expresidentes que definieron los últimos 30 años de Colombia. La aparente razón fundamental del encuentro fue “el tránsito de la polarización hacia la reconciliación”; lo dijo el siempre frívolo y básico Andrés Pastrana en un mensaje efectista como ya lo había hecho publicitando su falsa reunión en Mar-a-Lago con Donald Trump, a quien saludó de lejos como un lagarto desesperado de reconocimiento para falsear su calidad de expresidente reputado y vigente en la política internacional. Pero todo nuevamente es falso, y es otro intento desesperado de los expresidentes jubilados por aferrarse a la escena central del poder, para venderse como imprescindibles y seguir influyendo otra década más con la experticia que tienen en los juegos primarios del clientelismo y en el cuadre de su personal en cargos que permiten el chantaje y la contención. 

El tema central fue el decisivo nombramiento del próximo contralor general que le permitirá al uribismo el dominio de toda la cartera nacional para ajustar en la práctica sus viejas promesas al empresariado y entregarles el panorama libre a la minería y a la banca. Los tres expresidentes, en sus periodos respectivos, lo hicieron así; trabajaron todos para ellos bajo las tormentas distractoras de las balas del Cartel de Medellín, el avance de las Farc y su repliegue. La dirección interna de la política en las últimas décadas bajo esa triada de derecha mimetizada en banderas fraudulentas tuvo la misma directriz, y ahora, cuando el posicionamiento de partidos emergentes con directrices contrarias empieza a decidir entre leyes y coaliciones, saben que deben unirse para no morir. Se reúnen por primera vez y sonríen entonces como los tres animales políticos de esta prehistoria para salvarla de los vientos progresistas que empiezan a azotar las piedras y los fósiles de una comarca siempre asegurada por el analfabetismo que extendieron en sus recortes tácticos.

Pero Pastrana, el dinosaurio más torpe y lerdo, insiste en demostrar la trascendencia de la reunión como la estricta búsqueda del fin de la polarización: una mentira estúpida por su corta capacidad de revestir un objetivo a todas luces burocrático. Aún los mismos idólatras de sus partidos  conocen los intentos de Cesar Gaviria por ubicar a Simón entre los nombramientos presionados de un presidente también ubicado y puesto, y los intentos de Pastrana Arango por ocupar un cargo que le siga iluminando el rostro y lo sostenga en la memoria nacional aunque sus obras sigan siendo las mismas de su vieja presidencia entre las nubes, y el perverso uso del poder de Uribe para regular los avances de la justicia contra su larga estela de paja incendiada y entrelazada de muertos.

Los dinosaurios han pactado sus nuevas reglas mientras el presidente Duque, invisible y tímido por su poder irreal y acorralado por la cuadrilla que lo observa en la paranoia de una nueva traición, sigue resguardado en un trono que le fue rifado en una treta del viejo mundo.

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