Pareciera que el paradigma para ganar elecciones en los inicios de la tercera década del siglo XXI será profundizar la exaltación de las tres glándulas que producen emoción entre los seres humanos: el corazón, el hígado y el estómago. La receta popularizada es recurrir a los sentimientos, por medio de la pasión, a favor o en contra de una tendencia para luego propagar el odio entre quienes son capaces o incapaces de prometer, prometer y prometer la redención imposible de llevar a cabo en cuatro años en el poder presidencial. Hemos llegado al exceso de ver a potenciales candidatos al Congreso de la República quienes, sin ruborizarse, prometen construcción de casa o puentes. Señores ciudadanos, un parlamentario no ejecuta presupuestos, solo hace leyes, así que estudiemos bien las propuestas legislativas y hagamos poco caso al bagazo.
A propósito de identificar irrealizables promesas de campaña, en la lectura del libro “Sin Miedo” del inquebrantable periodista Jorge Ramos, encontré tres preguntas que le hiciera a un candidato aspirante a la presidencia de un país latinoamericano. La primera, fue escarbar en la percepción de antidemócrata que comenzaba a pesar sobre este, en su momento, novedoso y sugestivo candidato presidencial. El aspirante sin una pizca de soflama respondió: “Yo no soy un dictador”. El diligente comunicador ripostó: ¿Usted está dispuesto a entregar el poder después de cinco años? El carismático líder, sin pensarlo dos veces, elevó su respuesta y dijo: “Claro que estoy dispuesto a entregarlo […] Yo he dicho que incluso antes”. Con este tipo de respuestas se comenzaban a identificar las orejas del veleidoso político.
El otro interrogante al primerizo postulante tenía relación con la posibilidad de que en su mandato se nacionalizaran empresas privadas. Sin ningún empacho respondió: “No, absolutamente nada. Incluso nosotros estamos dispuestos a darles aún más facilidades a las que hay, a los capitales privados internacionales, para que vengan a invertir […] Yo no soy el diablo”. Por segunda vez, el postulante al máximo cargo público de su país, se exculpaba luego de recurrir a términos que el entrevistador jamás utilizó: autócrata y Mefistófeles. Nuevas pistas para identificar los ideales que se dicen y se piensan, pero nunca se escriben en una plataforma de gobierno.
El tercer cuestionamiento de Ramos consistió en la libertad de los medios de comunicación ante lo que el postulante a presidente respondió con supuesta firmeza: “Basta con el medio del Estado. Con los demás canales yo tengo las mejores relaciones. Deben seguir siendo privados. Más bien, estamos interesados en que se amplíen y se profundicen”. La forma y fondo de la respuesta extendía el espacio para comenzar a imaginar lo que se venía.
Al final, como ocupante del solio de Bolívar, el excoronel Hugo Chávez hizo todo lo contrario. Se quedó en el poder hasta y después de su muerte por interpuesto heredero, nacionalizó vía telefónica cuanta compañía o banco se le ocurrió y marchitó, sin piedad, los canales informativos que ejercían critica dentro del sagrado derecho a la libertad de prensa esencial para tener una sólida democracia. Las mentiras del excandidato se potenciaron cuando el chavismo se apoderó de los tres poderes públicos de esa nación. Lo demás es una patraña interminable de atropellos y desafueros que comenzaron con tres falsedades en el campo proselitista.
Por algo los chavistas del continente siempre comienzan dejando rastros de sus sueños y repiten con su mentor: “la historia nos absorberá”.