Tres poemas de amor

Valentina Coccia
26 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Cuando Tristán e Isolda se enamoraron cayeron ambos en un delirio de muerte. Según la leyenda medieval, consumieron una pócima de amor que les impidió vivir pacíficamente el uno sin el otro. Su vida juntos fue una desgracia, su separación estuvo plagada de celos y de injuria, y al juntarse nuevamente, ante la irremediable muerte de Tristán, Isolda decidió seguirlo, pues su vida sin el calor de su amado no tendría ningún significado. La literatura y el arte han cultivado el tema del amor de distintas formas, pero en la gran mayoría de las obras el amor está teñido de un significado trágico. De esta manera, el lugar común de “sin ti no puedo vivir” adquiere los significados más diversos.

¿Qué pasa con el amor que cuando nos enamoramos tenemos miedo? ¿Qué hay de malo en ello que muchas veces no confiamos? ¿Qué ocasiona nuestro dolor ante la abrupta ruptura amorosa? Y por el contrario, ¿cuál es el componente que hace que el amor perdure? En un hermosísimo libro llamado El erotismo el filósofo francés Georges Bataille trata de responder a estas preguntas analizando la relación que tenemos con la continuidad en el contexto del enamoramiento o en la telaraña del erotismo. De acuerdo a lo que dice Bataille los hombres buscamos la continuidad porque le temeremos a la muerte. Saber que en algún momento moriremos nos lleva a buscar una solución contra nuestra finitud. El amor sagrado y los mitos sobre la vida después de la muerte son una forma de buscar continuidad, pero también el amor humano, el amor que profesamos por el ser amado, es una manera de buscarla. Al parecer, cuando nos enamoramos nos fundimos con el otro y construimos una nueva definición de nosotros mismos a partir de la presencia del ser amado en nuestra vida. Dicha fusión se manifiesta de muchas maneras, pero lo más importante es resaltar que la persona que alguna vez fuimos (discontinua) ha muerto para darle lugar a una nuevo ser que vive en función de pertenecerle a la persona que ama (una continuidad).

En la poesía amorosa los resultados de dicha fusión pueden ser muchos. En algunos casos los versos de los poetas relatan épicas historias en las que el amor triunfa en el sosiego de la vida cotidiana. En otras ocasiones, ante la pérdida del amado solo encontramos una voz poética resquebrajada y casi muerta que trata de reconstruir los pedazos que quedaron después de la ruptura de su antigua unión. Sin embargo, hay un poema único en su género que relata la sensación previa a enamorarse: ante los temibles resultados de la ruleta rusa del amor, Jorge Luis Borges describe el miedo a perderse a sí mismo; el resultado inevitable de toda unión amorosa. “Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo”, dice Borges en El amenazado, reconociendo que el amor está hecho de zozobras. El poeta sabe que es una riesgosa apuesta en la que la pérdida del otro puede significar la pérdida de mí mismo. Sin embargo, Borges también demuestra que caer enamorado es inevitable, y que por más que tratemos de escapar, el amor encuentra una grieta por donde meterse. “Me duele una mujer en todo el cuerpo”, concluye el poeta, percibiendo el horror de sentirse habitado por ese ser tan anhelado pero a la vez tan temido.

Ese temor a enamorarse es más que justificado: perder al ser amado es como morir dos veces. Morimos al entregarnos a él y morimos de nuevo al desprendernos. En su poema Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, el poeta italiano Cesare Pavese le da cabida a este sentimiento, dándonos la sensación de que la voz poética se apaga con la partida de la amada. “Oh, querida esperanza, aquel día sabremos que eres la vida y eres la nada”, dice Pavese, mostrando cómo el amor construye pero también destruye, trae pero se lleva, así como el mar y sus corrientes de agua.

No obstante, el amor también puede superar el brío que nos produce su incertidumbre para caer en una maravillosa continuidad. Ahí somos el uno con el otro en una pacífica permanencia, que inamovible resiste a cualquier corriente de agua. En su poema Ahora te quiero el poeta español Pedro Salinas habla del océano como la metáfora del amor. En la superficie se rompen las olas y brotan corrientes de espuma; símbolos de las primeras etapas pasionales, llenas de picos y llanuras. Pero en el fondo las olas no se inquietan ni se turban: ahí el amor puede encontrar su pacífica continuidad. “Más allá de ola y espuma el querer busca su fondo”, dice Salinas, y en ese lugar tan anhelado por todos el miedo fallece y el amor sobrevive, de forma cambiante pero permanente a la vez.

Somos muchos los que buscamos un amor permanente, pero muchas veces plantamos flores de un solo día que se desvanecen a pesar de todo el empeño que hemos puesto para verlas florecer. Pero un día plantaremos un árbol de sólido tronco, seguramente abatido por las durezas del invierno y el otoño, por las variaciones del verano y la primavera, pero que sin duda plantará raíces milenarias y se erguirá orgulloso regalándonos la sensación de pacífica continuidad.

@valentinacocci4

valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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