Trilogía de Nueva York

Juliana Muñoz Toro
02 de junio de 2017 - 01:20 a. m.

1. Los últimos meses que viví en Nueva York esperaba cada mañana la línea M en la estación elevada de Forest Avenue. Desde allí me daba una idea de los cambios progresivos entre otoño e invierno, como el viento en estampidas cortas que hacía tambalear la plataforma añosa, los niños escaseando en la cancha de baloncesto, el Forest Park trazando la línea del horizonte primero con un tono encendido y más tarde con ramas que de lejos parecían una densa neblina. Luego llegaba el mismo metro que la cantante y poeta Patti Smith había usado de referencia para escribir M Train (Ed. Lumen), un libro en el que viaja por 18 estaciones para hablar de los principios y de los finales, de escribir en los cafés neoyorquinos, de las mudanzas (“la casa es un escritorio (…) la casa es mis gatos, mis libros y el trabajo que nunca hice”) y sus procesos creativos. En esa misma línea M me acostumbré a sentarme de frente a la ventana para buscar algunas de las líneas de Smith, y a cambio encontré estas letanías: “Todo lo que necesitaba para la mente era ser guiada a nuevas estaciones. Todo lo que necesitaba para el corazón era visitar un lugar de tormentas más fuertes”.

2. Imaginaba del invierno la nieve dormida al frente de los umbrales, haciendo más difíciles las salidas a la calle. Los días vueltos noche precipitadamente, las ardillas muertas, los niños y sus trineos. Lo que no sabía del invierno era la soledad (saber la soledad, saborear la soledad) y la conciencia de ésta como un paso más cerca de la vejez. En Diario de invierno (Anagrama), de Paul Auster, el autor que quizá más ha escrito sobre Nueva York, el protagonista se mira a sí mismo y saluda al viejo con sus achaques y empieza a despedirse, al tiempo que las recuerda, de sus historias casi condensadas en las 21 habitaciones por las que ha pasado en su vida: “mientras continúes viajando, el sin lugar que reposa entre el aquí del hogar y el allá de alguna otra parte continuará siendo uno de lugares en el que vives”.

3. En esta ciudad vi a más de una persona con bolsas en la cabeza haciendo equilibrio en el reborde del andén. Viejos dormidos en los asientos de las esquinas de los vagones, a un joven bien vestido gritando en medio de Broadway “I hate New York, nobody fucking cares!”, una mujer con lentes oscuros hablando sola y haciendo gestos de Marilyn Monroe frente a su reflejo. Esta, también, es la ciudad de la depresión. La poeta Sylvia Plath habla en su novela La campana de cristal (Edhasa) de imposiciones, tabúes, sueños rotos y miedos que aquí se encuentran, pero sabe cómo escribirlo con inesperada belleza: “El silencio me deprimía. No era el silencio del silencio. Era mi propio silencio”.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar