Triste navidad en una universidad privada

Columnista invitado EE
23 de diciembre de 2018 - 03:30 p. m.

Por Cristóbal de Torres

Después de hablar con Eduardo Bolaños*, compartí con él los mismos sentimientos de confusión, impotencia y frustración. Luego de casi 20 años de labores ininterrumpidas en la Universidad Privada**, fue despedido. De nada sirvió haber fundado y consolidado el grupo más exitoso desde lo académico y científico, dirigido importantes tesis de doctorado y maestría, actuar como investigador principal en proyectos nacionales e internacionales, y recaudar considerables recursos financieros.  

La confusión es grande porque no entendí la razón de su despido, luego de tantos años como profesor, tantos años de compromiso y lealtad a una institución que le permitió un crecimiento profesional, pero que al mismo tiempo, y por su parte, se benefició de los excelentes indicadores de su gestión, para el prestigio y propaganda, y la conquista de reputación y de nuevos estudiantes. Cualquier mal entendido que pudiera existir se habría podido resolver, dicen sus colegas.  

La impotencia no es menor porque una de las características de la Universidad Privada es poder despedir a sus profesores sin justa causa, indemnizándolos económicamente, cuando se quiere, pero nunca moral ni éticamente. Basta que no hagas parte de los afectos del decano de turno, o que no figures en los planes inmediatos, para que toda una carrera profesional pueda ser truncada con un correo electrónico que te cita a una reunión urgente con el encargado de recursos humanos que, sin ningún humanismo, te despide y te advierte que la oficina jurídica de la Universidad Privada estará atenta a cualquier demanda que se quiera interponer. En el mejor de los casos te indemnizan. En el peor, se amparan en alguna norma o leguleyada para justificar la decisión de quien manda. Porque así funcionan las cosas. En la Universidad Privada se manda y otros obedecen. El disentimiento se paga con censura, amenazas o con el despido. No me sirves o me contradices, luego te despido, reza el nuevo discurso del método. Los artículos 62 y 64 del Código Sustantivo del Trabajo se interpretan así: con cara gano yo, con sello pierde usted.

Frustración, de acuerdo al diccionario etimológico, “designa al sentimiento de decepción por el intento fallido de lograr algo, viene del verbo frustrare (estar engañado)”. 

Eduardo no ha encontrado las palabras para explicarle a su joven familia por qué no volverá a su trabajo, donde ellos creían que lo querían, era respetado y lo premiaban con bonificaciones y el escudo institucional. Hace cuentas afanadas y listas muy estrechas para los regalos y las cenas de navidad y año nuevo. Y, sobre todo, no sabe qué será de él. La confusión, la impotencia y la frustración le robaron la autoestima. Está deprimido. Siente que va a quedar mal con las agencias internacionales con quienes tenía proyectos en curso; a sus colaboradores inmediatos los han despedido también (no les renovaron el contrato, si se prefiere el eufemismo); desconoce la suerte de sus estudiantes y sabe que todos sus ahorros se acabarán en los próximos meses.

Su historia no es única. Asi suele suele suceder el día de la salida a vacaciones. Sin previo aviso. La referencia del correo electrónico es “Reunión urgente en oficina de Recursos Humanos”. Eduardo y muchos otros profesores no tendrán una feliz navidad. Quizás yo tampoco. Estoy sumido en la duda. Desconozco si he escrito esta historia por solidaridad o por miedo, y no me atrevo a abrir el correo.

* Nombre ficticio por respeto a la identidad

** El nombre es omitido.

 

 

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