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Triste ocaso

Iván Mejía Álvarez
04 de abril de 2008 - 06:42 p. m.

La noticia esta semana en Barcelona fue que Ronaldinho se entrenó durante una hora y media y lo hizo con ganas y con actitud. Ésta, que no debiera ser una noticia sino la obligación de un profesional remunerado como uno de los tres mejores jugadores del mundo, con un sueldo de seis ceros en euros, termina convirtiéndose en evento de primera magnitud, pues demuestra lo lejos que está el brasileño en la actualidad de cumplir con méritos su contrato con el Barça.

Atrás quedaron las épocas en que los amantes al gran fútbol se divertían con sus presentaciones en los torneos europeos y en la liga española, cuando hacía los lujos más asombrosos, las jugadas más desternillantes, dotadas de una precisión matemática, de una genialidad inusitada, cuando ridiculizaba a sus marcadores y les metía la pelota entre las piernas, les hacía la “elástica” y otra serie de maniobras que la prensa mundial iba bautizando a medida que el jugador las inventaba.

Días de gloria en los que el Barcelona era una auténtica sinfónica que imponía su ritmo. Algunos llegaron a pensar, incluido el autor de esta columna, que Ronaldinho pasaría a la historia como uno de los cuatro grandes, que ese generoso despliegue técnico, que esas condiciones de superdotado lo elevarían al altar de los grandes dioses al lado de un Pelé, Maradona, Cruyff, Platiní o D’Stéfano.

Pero un día toda esa gloria se apagó y de pronto, de golpe y porrazo, Ronaldinho nunca volvió a ser. Su ocaso empezó en el Parque de los Príncipes cuando el Barça ganó la Champions de 2006. Se esperaba que Ronaldinho fuese la máxima estrella del Mundial de Alemania, pero el brasileño incumplió la cita con la historia y su presentación fue lánguida. Se habló de cansancio, temporada demasiado llena de partidos. Lo cierto es que Ronaldinho “no fue” al Mundial y si estuvo de cuerpo presente, su fútbol nunca apareció. Y desde entonces lo suyo es la pálida imagen del gran jugador que fue, arrastra las piernas, se engordó, perdió la agilidad, ya no gana en el mano a mano, ya no desborda, ya no suda, se mantiene lesionado, no entrena y pasó a ser la comidilla de la prensa.

Es una auténtica pena que el genio hubiera abdicado tan pronto y que su gloria tan sólo haya durado tres años, que su fútbol ya no alegra, que ya nadie, ni el más acérrimo seguidor del Barça, espere algo de quien en una época era el gran salvador del equipo culé.

A Ronaldinho, como a Maradona en su momento, lo perdió un entorno caprichoso, incapaz de decirle no a sus requerimientos de alcohol, mujeres y noche. Ronaldinho fue otra víctima de la alegre y siempre casquivana Ciudad Condal, donde la noche es tremenda y quien no tenga la cabeza puesta en su sitio termina llevándoselo de largo.

Sus fans, incluido este periodista, llevamos ya dos años esperándolo, que vuelva, que juegue siquiera sesenta minutos a buen nivel, que lo suyo no sea tan sólo un chispazo y que afortunadamente Youtube guarda en su memoria y que sus hinchas recogimos en videos de fútbol. El de antes era el “equipo de ensueño”, el Barcelona de hoy es un equipo que produce. Al Barcelona de hoy tan sólo lo salvan esporádicamente las genialidades de Messi y el talento de Iniesta.

Ronaldinho y el Barça, unidos en la gloria, el uno para el otro, han cerrado un ciclo y el ocaso es tan notable que a sus hinchas nos dan ganas de llorar por todo lo que fueron y ya no son.

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