Trump está furioso, y el resto de nosotros debería temblar

Columnista invitado EE
15 de abril de 2018 - 04:55 a. m.

Por Frank Bruni

“Un ataque en contra de nuestro país”. Esta es una frase directa y sin reservas que se asocia con aviones que lanzan bombas o que se estrellan contra rascacielos. También es una descripción acertada de la interferencia rusa en las elecciones de 2016: una situación a la que el presidente Donald Trump se ha negado de manera categórica a otorgar el vocabulario o la indignación apropiados.

Sin embargo, un allanamiento a la oficina y la habitación de hotel de su abogado es lo que provocó que el presidente utilizara palabras tan ponderadas. Son una señal —más bien, una sirena— de lo arrinconado que se siente, de qué tan inmenso es el tamaño de la monstruosa preocupación que le genera su propia condena y de la peligrosa situación en la que se encuentra EE. UU.

Trump aseguró que había “un nivel totalmente nuevo de injusticia” en la investigación de Robert Mueller sobre los posibles lazos de su campaña presidencial con Rusia. Esto nos lanza a nosotros a un nivel totalmente nuevo de incertidumbre sobre el futuro inmediato.

¿Despedir a Mueller? ¿Una purga al Departamento de Justicia? ¿Un ataque no relacionado a quienes percibe como sus enemigos o una reivindicación de potencia hecha al azar por parte de un hombre que no puede soportar ninguna imagen de impotencia y siempre genera distracciones, las cuales son una forma de estrategia y un resultado de su temperamento?

Si dudas de esas coyunturas, es porque no has prestado atención a la presidencia de Trump. Además, niegas la crudeza y la rareza del lenguaje extraordinario que utilizó durante esos minutos extraordinarios que se vivieron el lunes por la noche en la Casa Blanca, cuando dijo que el equipo de Mueller y los altos funcionarios del FBI eran “el grupo de personas más sesgado”, y los acusó de prejuicio y partidismo, de los cuales no hay ninguna evidencia convincente.

Nos estaba diciendo, de nueva cuenta, que no confiáramos en nuestro propio gobierno. Y nos recordó, de una forma impactante, su presteza para vender (y comprar) ficciones si sirven a sus intereses, los cuales antepone a todo de manera constante.

Sus vituperios y quejas siguieron la mañana del martes… en Twitter, por supuesto. “¡La confidencialidad entre cliente y abogado ha muerto!”, tuiteó poco después de las 6 a. m. Un minuto más tarde, escribió: “¡ES UNA CACERÍA DE BRUJAS!”.

Desde el 8 de noviembre de 2016 no hemos estado en un lugar seguro, pero ahora estamos en territorio especialmente peligroso. Trump parece estar cada vez más cerca de tomar decisiones que podrían sumergir en una crisis al país. Además, sus modales y su comportamiento no sugieren que tenga el más mínimo interés en evitar que Estados Unidos sufra ese caos y ese dolor.

Desde su perspectiva comprensiblemente aterrada, los investigadores siguen llegando a rincones cada vez más lejanos, más amplios y más profundos de su vida, los cuales no esperaba que fueran invadidos.

Desde hace tiempo se ha consolado con el mantra de “no hubo colusión”, “no hubo colusión”, “no hubo colusión”. Sin embargo, en una situación completamente legal, sin mencionar el recuerdo de la experiencia que vivió el presidente Bill Clinton, la investigación ha viajado en direcciones adicionales y ha examinado delitos adicionales.

Después de haber citado a la Organización Trump, Mueller y su equipo ahora tienen las manos sobre sus registros financieros. Después de haber ejecutado una orden para tener acceso a material en posesión de Michael Cohen, los funcionarios federales examinarán con cuidado los secretos de un colaborador que no solo es el abogado de Trump, sino que también es su facilitador y un amigo de mucho tiempo.

Aunque en apariencia Cohen es el foco de su interés, Trump también debe sentirse expuesto de una manera espantosa. Estamos hablando de un hombre que se negó, a pesar de una presión intensa, a divulgar sus declaraciones de ingresos, como lo habían hecho los candidatos previos. Ahora, hay información que podría ser mucho más privada, y mucho más perjudicial, en manos de extraños.

En una sola oración sobre la historia del allanamiento a Cohen, mi colega Matt Apuzzo se refirió de manera brillante a la atalaya de Trump, desde donde ve cómo se desvanece cualquier fosa que lo rodeaba y cómo está sitiado su castillo. Apuzzo escribió: “Su abogado de mucho tiempo está bajo investigación en Manhattan; su yerno, Jared Kushner, enfrenta el escrutinio de procuradores en Brooklyn; su expresidente de campaña está bajo acusación formal; su exasesor de seguridad nacional se declaró culpable de haber mentido; y un par de exasistentes de su campaña están cooperando con Mueller”.

En este contexto, durante una reunión que en teoría iba a ser sobre Siria, Trump no dejó de hablar de la “desgracia” (utilizó esa palabra siete veces) que era la investigación de Mueller, jugó con la idea de deshacerse de él, vituperó a Jeff Sessions de nuevo, una vez más etiquetó a James Comey de mentiroso y, por si fuera poco, menospreció a Hillary Clinton un poco más. Mostró todo el complejo del mártir e interpretó todos sus grandes éxitos en un solo colapso. Mike Pence estaba sentado al lado, serio ; John Bolton, sin mucha expresión en el rostro, estaba del otro lado. Es difícil imaginar que cualquiera de los dos sea tan cercano a Trump como para tranquilizarlo.

Ya no están Hope Hicks ni Rob Porter ni Gary Cohn ni H.R. McMaster: ha ido desapareciendo el tipo de personas que daba a Trump una sensación de confort y estabilidad o buscaba alejarlo de sus impulsos más destructivos. Está más solo que nunca. También debe estar más temeroso.

Pero no tan temeroso como deberíamos estar el resto de nosotros.

The New York Times 2018.

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