Ahora que por fin se cayeron las excusas para justificar el irrespeto sistemático de Donald Trump a las instituciones, se verá más claramente qué es el trumpismo, por qué llegó y por qué tiene buenas posibilidades de perdurar y hasta de seguir dominando la política estadounidense e indirectamente la mundial.
No ha sido fácil para la sociedad norteamericana dimensionar el riesgo del trumpismo, en buena parte porque ha buscado la explicación en la persona de Trump y no en el fenómeno que representa. Hay dos elementos sin los cuales no se puede ver el fenómeno Trump en su real dimensión: el populismo y el advenimiento de la pérdida simultánea de dos hegemonías estadounidenses.
En Estados Unidos no dudaron en calificar a Trump como populista desde el primer día. Pero creían que era un populista al estilo norteamericano y no al estilo latinoamericano. Estados Unidos ha tenido una larga tradición de populismo. En el siglo XIX tuvieron el primer partido populista, de orientación agraria y de izquierda, y en el siglo XX hubo varias expresiones populistas de derecha. Desde el extremismo antiestablecimiento de Barry Goldwater, candidato republicano en 1964, hasta el transformacional de Ronald Reagan. Pero a diferencia de Trump, no eran de tendencias autoritarias. The Wall Street Journal lleva años ridiculizando a quienes veían inclinaciones autoritarias en Trump. Lo calificaban de particular, temperamental, exótico, a pesar de que la evidencia mostraba un proyecto político caudillista, deslegitimador del sistema político, irrespetuoso de las instituciones y enfocado en la permanencia en el poder. Solo en los últimos días decidieron apartarse algunos sectores que lo apoyaban porque se beneficiaban de él, y los hechos autoritarios lo expusieron a sanción por parte de las instituciones.
Vienen dos cambios en la próxima década tan profundos, que impulsaron a sectores del establecimiento a recurrir a métodos extremos como Trump para tratar de detenerlos: las mayorías blancas van a dejar de serlo en 10 o 15 años y son altas las posibilidades de que en 2030 China haya superado a Estados Unidos en poder mundial. Cambios que con el paso de los años se harán más gravosos y podrían llevar a remedios más drásticos que el salvajismo político de Trump y permitirle vigencia al trumpismo por varios años.
Las columnas del trumpismo —el racismo y el proteccionismo— se viven como una misma realidad a nivel local cuando el inmigrante mestizo desplaza laboralmente al hombre blanco. A diferencia del de izquierda, el populismo de derecha encuentra causas que interesan tanto a sectores populares como a las élites. Por eso consiguen que, con la excepción de algunos medios de prensa, el grueso de los factores de poder permitan sus excesos peligrosos.
Trump es una reacción a dos fenómenos estructurales que surgieron con Bill Clinton. La coalición mestiza con que los demócratas ganaron cinco de las últimas ocho elecciones presidenciales, reflejada en un presidente negro y un gabinete étnico de Biden (paradójicamente Hillary perdió ante la reacción blanca), y la apertura económica a China que tiene a ese país a punto de ganar la carrera tecnológica y la del modelo político ante la pandemia. Trump es el estertor de una era que aún no termina.