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Tsunami contra la prensa

Miguel Ángel Bastenier
16 de marzo de 2014 - 03:00 a. m.

A fin del siglo pasado los signos ya eran evidentes.

En la segunda mitad de los años 80 cobraba fuerza la comercialización de los PC y esas dos palabras, portable computer, expresaban el futuro inmediato y la catástrofe probable para una gran industria europea, la del periódico de papel. Internet había llegado de forma devastadora, desplazando la lectura del periódico al mundo digital.

Las casandras norteamericanas llevaban algún tiempo haciendo predicciones sobre la ineludible desaparición del papel. Algunas hasta ponían fecha tan cercana que si se hubieran cumplido los peores pronósticos hoy ya no habría prensa tal como la hemos conocido en el último siglo. Pero esta industria hundía en Europa unas raíces frondosas, quizá aún más que en Estados Unidos, que iba a costar algún tiempo desarraigar.

En Inglaterra, tabloides y periódicos serios estaban ya en los años 90 en situación más que difícil, y era la desesperación por encontrar respuesta que detuviera la crisis la que impulsaba a un periodismo amarillento por lo apolillado y grosero, que metía la cámara y el magnetofón en las alcobas, cuanto más encumbradas, mejor. Recuerdo muy bien los problemas económicos de la prensa francesa que no respetaba abolengo, alta cultura, ni prestigio internacional. Eran los años en los que Jean-Marie Colombani pugnaba por hacer de nuevo rentable Le Monde y Serge July editaba la mejor versión de Libération. Ambos tuvieron que dejar la dirección de sus respectivos periódicos.

Algunos no ignorábamos lo que se nos venía encima. Y pour mémoire contaré que en 2001, en el primer curso de cuatro semanas que di en Cartagena para la Fundación de Gabriel García Márquez, dije que el tiempo del papel estaba acabándose. Y el año pasado uno de los jóvenes periodistas latinoamericanos allí congregados recordaba que cuando me oyó augurar tan sombrío futuro pensó que me había vuelto loco.

Hoy ya sabe que no era así, aunque en América Latina la lepra de la destrucción de periódicos apenas haya comenzado. Los españoles creíamos, sin embargo, que aún había tiempo para rearmarnos. Pero tan súbitamente como llegan los tsunamis, apenas hará siete años nos vimos ante lo que parecía y seguramente es “el principio del fin”. Dos crisis al mismo tiempo que se infectan y nutren entre sí. La económica general europea y la del papel impreso. Y el reciente relevo en la dirección de tres importantes diarios españoles, El País, La Vanguardia y El Mundo, al margen de si en los dos últimos casos ha podido haber interferencias políticas, expresan la terminación de un ciclo y, salvo en lo que afecta a El País, que aún ganó dinero en 2013, tiene inevitablemente que ver con la cuenta de explotación.

Estábamos ante la vertiginosa caída de la publicidad, atribuible a ambas crisis, y de la difusión, también de doble origen, pero que en ausencia de la crisis mayor habría sido igualmente devastadora. La juventud tenía cosas mejores que hacer que comprar periódicos y cuando leía lo hacía gratis en internet. He dicho “leía”, pero probablemente estaría mejor dicho “navegaba” sobre la letra digital. Los grandes diarios han perdido en los últimos 10 años entre un 40% y un 50% de venta, y hoy el planteamiento más optimista es el de que la prensa digital, que es cierto que crece en penetración y publicidad, nos depare un mañana mejor, o que incluso llegue a financiar la impresión en papel, que se mantendría como decoración de calidad y prestigio.

Y para quienes se lo puedan permitir, como El País, hay una luz en ese panorama: América Latina, donde el horizonte digital está aún largamente por explotar. El Paisamérica.com y la versión digital del propio periódico expresan esa apuesta.

Menudean inevitablemente las recetas de lo que algunos hemos llamado la “contraofensiva”; el esfuerzo por salvar, siquiera sea sobre bases mucho más modestas, esa prensa a la que hemos amado tanto, y que cabe resumir con dos palabras: “agenda propia”.

Los diarios de España y América Latina se parecen hoy demasiado entre sí. Unos quieren o detestan a fulanito y se sienten mejor o peor cobijados por este o aquel partido político. Pero lo cierto es que el único periodismo que queda es el de investigación, y si hay alguna posibilidad de aplazar, ya no digo cambiar, el signo de los tiempos, sería publicando —papel y digital— “nuestra” versión de las cosas, aquella que el lector sienta que sólo puede encontrar en esa publicación.

Y un colofón igualmente inquietante. La sabiduría convencional decreta que lo digital atenta contra lo impreso. Pero la ofensiva general en Europa es la de la comunicación contra la información, sistematizada ésta por organizaciones que operan con un objetivo de rentabilidad. Pero el crecimiento imparable de la atención a las redes sociales implica un tiempo y una dedicación que por fuerza se restan de los que puedan prestarse a la información. Gran número de usuarios se dan hoy por satisfechos con lo que llamamos “comunicación”, sin garantías de que eso sea “información” en el sentido profesional del término. Y ese es el ominoso escenario en el que hoy nos movemos.

 

* Columnista de El País de España

 

 

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