Tunja y Riohacha

Weildler Guerra
24 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Ciudades que consideramos culturalmente distintas y geográficamente lejanas pueden mantener entre sí relaciones de larga duración. A lo largo de siglos crean circuitos silentes, intermitentes, no registrados por la historia que producen los académicos ni conservados por la memoria que sedimentan sus habitantes. Esas concatenaciones inesperadas pueden sorprender a las generaciones actuales y quien las devela corre el riesgo de parecer un alucinado. Tal es el caso de Tunja y Riohacha, dos ciudades que parecen antitéticas. La primera erigida en las heladas cumbres andinas, la segunda surgida a orillas del ardoroso Caribe, han compartido nexos diversos desde hace más de cuatro siglos.

El cronista Juan de Castellanos, una de las figuras emblemáticas de Tunja, fue de los primeros pobladores de Riohacha en el siglo XVI. Se desempeñó durante años como cura en ese territorio y participó de la explotación de las perlas y en la búsqueda de oro en los valles de Guachaca y Buritaca, en la Sierra Nevada de Santa Marta. El cronista, al igual que Gil de Navas y otros habitantes de Riohacha, soportaron las duras condiciones del desierto guajiro y los ataques de indios bravos para, al final de su vida, adquirir una tranquila estancia en el altiplano.

El fundador de Tunja, Gonzalo Suárez Rendón, defendió a la ciudad de Nuestra Señora de los Remedios de un ataque de corsarios franceses en 1544. Quizá la singular belleza de doña Inés de Hinojosa sea uno de los puentes más gratos de la relación entre las dos ciudades. Esta mestiza de amores desaforados, que escandalizó a la Tunja colonial y que Próspero Morales inmortalizó en su novela Los pecados de Inés de Hinojosa, era hija de un hidalgo español y una india del Cabo de la Vela.

Siglos más tarde un visionario ingeniero tunjano, educado en el estado norteamericano de Indiana, forjaría los cimientos físicos e institucionales de La Guajira contemporánea. Con una capacidad de servicio que ningún Gobierno nacional ha igualado hasta hoy, la elevó de comisaría a intendencia en 1954 y designó a Riohacha como su capital. Rojas Pinilla habilitó los puertos guajiros para el libre comercio con el Caribe insular y emprendió un vasto programa de abastecimiento de agua en favor de la población indígena que esta no ha olvidado jamás y que aún parcialmente funciona.

Entre los jóvenes boyacenses que llegaron a la península en su Gobierno vino uno afectuoso, valiente y emprendedor, oriundo de la provincia de Márquez, la que empieza en las goteras de Tunja. Fue designado comandante de un lejano puesto de Policía situado en la legendaria parcialidad de los buzos de perlas de Carrizal, cercana al Cabo de la Vela. Allí conoció a mi madre y se quedó para siempre en La Guajira. El próximo mes de diciembre cumpliría 88 años. Al llegar al Caribe la brisa de fin de año, esa amorosa lluvia ilíquida, recuerdo el largo diálogo entre Tunja y Riohacha y retornan a mi mente los versos de Borges: “La mojada tarde me trae la voz, la voz deseada, de mi padre que vuelve y que no ha muerto”.

wilderguerra@gmail.com

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