Últimos custodios

Juan David Ochoa
07 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

El Congreso sigue aprobando leyes y reformas antisociales mientras todo arde, y siguen sentados allí, escuchando el ruido cada vez más furibundo que los acusa y los señala del colapso social, pero lo escuchan lejos aún, y en las noches regresan escoltados a las burbujas de un egoísmo alevoso y suicida. La llamarada crece y los medios de comunicación y contacto cada vez más personales y espontáneos los dejan en evidencia, las reformas y las leyes aprobadas no las pueden ocultar con sofismas antiguos, sus rostros son ahora más reconocidos, sus nombres aparecen en listas de omisiones y ausencias, sus votos se hacen públicos y el reconocimiento de su juego personal de pactos a la espalda del incendio los sigue atragantando. La vieja tradición les sigue haciendo creer que la impunidad y el anonimato los salvarán del juicio social y del derrumbe.

El presidente también hace silencio, y después de 15 días del paro nacional sigue interpretando el estallido social como un desborde pasajero de injurias. Siguen sin aceptar la obviedad de un abismo social que vuelve a dinamitarse hasta lo imprevisible, siguen jugando con el mismo fuego de las viejas décadas en que otros conflictos se reciclaron hasta hacernos perder en la incertidumbre cultural y otros abismos sin fondo. El diálogo se puede hacer más imposible al mismo ritmo de la negación y la frivolidad de un equipo de gobierno sin empatía y sin vergüenza, y así continúa el incendio. Pero los últimos custodios del poder han alcanzado los mayores disparates posibles y el absurdo más demencial de esta opereta: Andrés Pastrana Arango ha vuelto a salir de su nido de cernícalo para acusar un golpe de Estado propiciado por Juan Manuel Santos desde su cátedra en Harvard. Le parece inconcebible que el país se haya levantado de repente sin un complot internacional orquestado por agentes secretos de un gobierno perdido; le parece irracional que las medidas bancarias, impulsadas por su gobierno del 2 x 1.000, estén causando ahora una indignación desesperada por el asfixiamiento. No puede ser que su frivolidad haya llegado también a estas alturas de la historia para seguir escupiéndolo todo con tanta bajeza. Fue justamente su gobierno desastroso, de improvisación y despejes sin rigor y sin políticas previas, el causante de ese pasillo oscuro y sin salida en el que apareció Álvaro Uribe Vélez como el remedio más violento que la enfermedad para seguir destruyendo el tiempo. Fue su presidencia de catástrofes la que nos sigue envenenando en la autodestrucción con todos sus estragos. Ahora aparece de nuevo como un buitre para mirarnos desde una altura sin juicio y opinar sobre las posibilidades del desastre diciendo estupideces con la seguridad que solo puede tener un atronado. De cuando en cuando aparece solo para seguir demostrando su talante de político vulgar para salpicarlo todo de lodo y desaparecer de nuevo sin culpa. Son los últimos custodios demenciales que le quedan a este Gobierno que ha alcanzado esta semana el 70% de desaprobación y la acumulación en las calles que lo sigue responsabilizando de la decadencia ahora más evidente que antes. El tiempo no les alcanzará para seguir evadiendo la historia y su responsabilidad política, aunque se sigan apoyando en saltimbanquis.

 

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