Un arquero sin guantes

Columna del lector
22 de abril de 2019 - 00:00 a. m.

Por Tomás Tibocha

Abril de 2019. Imagine la carrera deportiva de un guardameta. Piense en los años de preparación detrás de las habilidades de las que hoy presume, dimensione el esfuerzo que le ha tomado alcanzar la maestría de sus movimientos, y asuma lo cómodo que este se puede sentir al estar bajo los tres palos. Ahora suponga que después de un intenso torneo de 11 jornadas —de victorias en el último minuto, de penales atajados y de alguna expulsión, quizá—, este arquero se juega el partido de su vida: el ascenso a la máxima categoría del fútbol local; pero, repentinamente, las reglas del juego lo llevan a quitarse los guantes y jugar de volante. ¿Cómo cree que fue el partido de este portero?

Más allá del marcador de este partido, está claro que el jugador en cuestión compitió alejado de sus mayores fortalezas. Este escenario, que en apariencia es altamente improbable, no dista mucho del panorama al que se enfrentan varios estudiantes en el país a lo largo de su formación académica. Y si bien hay arqueros que pueden destacar indistintamente de jugar con el dorsal número 1 o el 10, lo cierto es que las habilidades de cada individuo no solo determinan el rendimiento que se pueda tener, también guardan relación con el disfrute y la identidad de cada persona al ejercerlas.

El impacto de esa medida que llevó al arquero a sacarse los guantes es, en cierta forma, el mismo que tiene el formato de evaluación homogéneo —ampliamente arraigado en el grueso de la estructura educativa nacional— en los estudiantes.

Las pruebas de Estado, por poner un ejemplo, evalúan semestral y uniformemente a miles de bachilleres en su transición a la educación superior. Es decir, que el pasado agosto, los 626.338 bachilleres de colegios de calendario A que anunció el Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación Icfes para presentar la prueba Saber 11 fueron medidos de acuerdo a un único parámetro; como si se tratara de una revisión de calidad a un lote de computadores o como si en un equipo de fútbol solo hubiese volantes.

Al formato de este examen se suma el hecho de que haya universidades que usen los resultados de esta medición para determinar si un alumno es lo suficientemente educado para matricularse en la institución. Aspecto que equivale a que todas las capacidades no evaluadas queden rezagadas en un segundo plano o, en su defecto, ni siquiera lleguen a tener lugar.

Esta forma de medición, que cada vez limita más el portafolio académico de ciertos colegios que se obsesionan por tener los mejores resultados, contrasta fuertemente con corrientes de pensamiento que defienden la pluralidad en los sistemas de aprendizaje.

Howard Gardner, con su teoría de las inteligencias múltiples; John Grinder, con su análisis de los sistemas de presentación sensorial, y Russell Barkley, con su aporte al manejo del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), son algunos exponentes que hace cerca de medio siglo profundizaron sobre la necesidad de entender las características propias de cada individuo al momento de representarse el mundo. Mundo que, a día de hoy y después de la diversidad de estudios que existen para favorecer la educación, se sigue evaluando con lápiz Mirado número 2 y dejando al arquero sin guantes.

@tomastibocha

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