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Un boom mafioso

Mauricio Rubio
14 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

Ante grandes incertidumbres, lanzo algunas conjeturas lúgubres, de las que ya hay anticipos.

Coronavirus debilitará al Estado social de buenas intenciones e intensa presión sobre el gasto público. Se fortalecerá el pragmatismo más crudo, sobre todo ilegal. El manejo de la epidemia se asemeja al proceso de paz en que una dirigencia voluntarista tomó decisiones funestas al menospreciar el país real, sobre todo el bajo mundo. Por imitar socialdemocracias europeas como Italia, donde también se ignoraron mafias que acabaron beneficiadas, encerraron millones de personas que vivían de la calle sin seguridad social. Para sobrevivir, mucha gente se arrimará a organizaciones criminales sin restricciones ni impuestos.

La historia de regiones controladas hace décadas por mafiosos podría repetirse y ampliarse sin mayor retórica: capitalismo salvaje, con talento y mecánica nacionales. Grandes capos han sido más populares que rebeldes y políticos no sólo por repartir dádivas sino por resolver problemas sin predicar ni pedir ayuda estatal. Antes de narcos y paras, los esmeralderos fueron personajes decisivos en ciertas comunidades. Efraín González, explotador de minas ilícitas, “era buscado por campesinos como su juez supremo. Dirimía sin trámites ni abogados cualquier pleito familiar, de tierras o penal”. Lo consideraban su patrón y le atribuían dotes sobrenaturales.

Carlos Lehder fundó su movimiento político con “obras sociales y actos excéntricos… El estilo bonachón y generoso le dio gran credibilidad entre sectores populares”. Era un populismo con mucho dinero “para planes de vivienda, préstamos, servicios médicos, becas…”. Virginia Vallejo sucumbió ante Pablo Escobar acompañándolo a visitar familias de recicladores a las que les construía casas. Sus rivales de Cali tenían en nómina 300 taxistas. Estas acciones no eran altruísmo ni sentido comunitario sino consideraciones pragmáticas de seguridad personal que traían respaldo popular.

Además del pueblo, los mafiosos se embolsillaron clase dirigente. La táctica directa fue asociar o financiar empresarios y políticos. Pero también se ganaron a personas ávidas de lujos prohibidos anticipándoles los beneficios de la apertura comercial. Griselda Blanco, la Viuda Negra, exportaba maletas con cocaína y traía “mercancía para las putas de Lovaina y damas de la sociedad paisa”. Una “distinguida fiscal” recuerda que “la clase alta de Medellín le compró ropa a Griselda. Nos traía carteras y perfumes finos por encargo… Nosotras estudiábamos derecho y le sacamos, por cuotas, las primeras carteras Louis Vuitton y Givenchy que se vieron por Medellín”. El interés no era solo tener amigas elegantes sino lavar dinero.

El acceso a mercados globales cautivó a personas solventes que podían viajar a San Andrés o al extranjero. Aún más contundente fue el impacto de la oferta internacional de manufacturas y luego de tecnología, comunicaciones y entretenimiento puestas al alcance de jóvenes que vivían bajo la línea de pobreza, también para blanquear dólares. En contravía del idealismo que pregona la redención del pueblo con cultura, acción estatal y desarrollo agrícola, Gustavo Duncan ha destacado la fortaleza política del narcotráfico basada en facilitar la democratización del consumo suntuario, tan demandado como los libros por intelectuales. Esa estrategia, opuesta al discurso sobre “repensarnos”, al “marxismo con perfume de Coelho” y otras utopías reaccionarias en boga, tendrá gran acogida, proporcional al perjuicio sufrido con la crisis.

Por ahora, los poderes paralelos han vigilado a la brava el confinamiento, repartido mercados y contrabandeado medicamentos, pero ahí no van a parar. Ante la magnitud del desastre, incumplir la ley, evadir impuestos, atender mercados negros, permitirá dar empleo y manipular la acción colectiva de familias arruinadas fáciles de reclutar por su bandera, el trapo rojo, y su rabia contra el establecimiento cuyas acciones palpables han sido el encierro forzado, policías acosándolas con sevicia y comparendos confiscatorios.

Resultarán averiadas la paz con subsidios a la oferta agrícola –la recesión es urbana- y la verdad verdadera del conflicto reconstruída por una magistratura costosísima e inocua. El constitucionalismo modelo 91, iluminado y entrometido, deberá reinventarse: obsesionado por los derechos individuales de minorías dejó a toda la ciudadanía desprotegida e impotente ante tiranos parroquiales que confinaron masivamente familias con hambre, provocaron pánico, clausuraron discrecionalmente negocios y decretaron a su antojo hasta toques de queda. Saldrá desprestigiada la función pública basada en prohibir, regular, pedir licencias y poner multas, que en Bogotá alcanzó su paroxismo con declaraciones apocalípticas cotidianas para justificar alcaldadas. El poder ejecutivo arbitrario, que está desbocado, es terreno fértil para la corrupción y atraerá mafias: querrán participar en los festines, garantizar impunidad e incluso coordinar la evasión fiscal.

Por fortuna para algunos y desgracia para el resto, hay mucho emprendedor colombiano sin cortapisas legales, agüeros ni entrañas, que hará lo que sea por sacarle partido a una emergencia con gente caída en la miseria. Pescarán con atarraya en río revuelto. Los comandantes farianos sesentones también lo harán en familia: el campesinado solo les importó para reclutar y la tropa reinsertada, que tampoco está pasando apuros, recibe subsidios oficiales.

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