Un discurso que estamos esperando

Santiago Montenegro
21 de febrero de 2010 - 11:52 p. m.

EN EL LENGUAJE QUE UTILICEN LOS candidatos encontraremos buenos indicios del talante del próximo gobierno y del contexto en el que querrá operar.

Aquellos que, desde ya, se conocen perdedores tenderán a conmover a la opinión pública y a llamar la atención con actos peregrinos, narrativas extravagantes y acusaciones temerarias. Quienes quieren ganar y formar un gobierno, no para resolver los problemas apremiantes del país, sino para emprender un proyecto político excluyente y hegemónico tenderán a usar un lenguaje de polarización y crispación bajo una ecuación amigo-enemigo, nosotros-ellos, a veces impulsivo y violento, que, sin duda, caracterizaría también su ejercicio de gobierno, en caso de ganar las elecciones. Esos dos tipos de discursos, el de los chocarreros y el de los violentos y fanáticos, serán los que más llamarán la atención de los periodistas y los medios de comunicación e infortunadamente encubrirán y no permitirán escuchar con atención el discurso que más necesita Colombia, el que menos se oye y el que muchos estamos esperando. Hasta ahora silencioso, ese discurso y esa narrativa argumentan que, pese a los avances en muchas áreas, Colombia tiene problemas muy serios de inseguridad (la décima tasa de homicidio más alta del mundo), bajo ingreso per cápita, una informalidad laboral de un 60%, pésima distribución del ingreso, una deplorable infraestructura física. Ese discurso debe decirle al país que, por supuesto, es posible solucionar estos problemas, que países semejantes a nosotros lo han hecho o están en camino de hacerlo, pero, con franqueza también debe decir que se va a requerir mucho esfuerzo y tiempo, que no hay fórmulas mágicas que convierten a las calabazas en carrozas y a las mascotas en corceles; que se requerirá incrementar el ahorro y los ingresos públicos, porque no se podrán enfrentar todos estos desafíos con un gobierno que cuenta con recursos de tan sólo un 13,5% del PIB. Ese discurso dice que, para emprender las reformas que se requieren, el próximo gobierno necesitará consensos y acuerdos amplios con muchos grupos políticos, sociales y regionales y, en algunos temas, como la lucha contra la violencia y el terrorismo o la política exterior, quizá, con todos los grupos. Es un discurso que afirma que si queremos algún día salir del subdesarrollo, eliminar la pobreza y disminuir drásticamente la desigualdad, Colombia demanda en muchas áreas unas políticas, no de gobierno, sino de Estado. Es un discurso que dice que respetará a la oposición y a las minorías y trabajará también con ellas porque, como dijo Alberto Lleras, las minorías no son “un capricho, ni una testarudez, sino a veces la representación de lo que no está muerto en el pasado y, otras, la semilla ardorosa del porvenir”. Es un discurso que señala que llamará regularmente a la oposición a consultas al Palacio de Nariño y, para exponer con fuerza la posición del país, la invitará también a los más importantes eventos internacionales, como regularmente lo hacen los primeros ministros europeos o los presidentes de Brasil y de Chile. Es un discurso que reafirma la separación de poderes como parte fundamental de nuestra institucionalidad y argumenta que trabajará armoniosamente con las cortes, los organismos de control y el poder electoral y buscará consensos para solucionar sus problemas. Es un discurso que deberá convocar al país en torno a unos grandes propósitos nacionales, un discurso de esperanza y de sacrificio, un discurso que une y que no divide. Ese es el discurso que muchos estamos esperando. 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar