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Un disturbio en el corazón

Columnista invitado EE
31 de agosto de 2012 - 10:51 p. m.

Cerca de 30 músicos en escena. Dos horas de presentación y al menos una decena de grandes éxitos, temas que se convirtieron en sinónimo de alegría y baile hace varias décadas y que aún hoy siguen invocando algunos de los mejores ángulos de la experiencia humana.

Lo que propusieron en vivo la Orquesta Aragón y la Original de Manzanillo hace una semana en Bogotá fue, sin mayor grandilocuencia, una invitación a sentirse vivo.

Un teatro a reventar (el Jorge Eliécer Gaitán) con gente que progresivamente se iba despojando de abrigos, bufandas y botones para dejar salir la fiesta en forma de baile y sudor.

Baile en un lugar con silletería numerada, con una persona a cada lado y apenas un par de centímetros para moverse. Sí, baile. Indomable. Irreversible. Con bastón, caminador, con 80 o más años encima. Bailar, aplaudir y corear para vivir.

Las dos orquestas pusieron todo, una sapiencia musical que se traduce en interpretaciones impecables, además de un carisma que, más que espectáculo, más que requerimiento profesional, se sintió como genuino cariño por un público que gritó y aplaudió hasta en el parqueadero del teatro, cuando los músicos ya iban de salida para sus hoteles.

Sonaron, por supuesto, Guantanamera y El bodeguero y un amplio etcétera de viejos y nuevos temas. Y hubo solos de percusión y flautas y violín. Y hubo baile de parte de los cubanos, con movimientos vetados a los demás humanos: un deslizamiento que requiere no tener extremidades rígidas, como si todo el cuerpo estuviera hecho de cartílago. El tiempo también alcanzó para una versión, entre las dos orquestas, de Cali pachanguero, interpretación energética, aunque también cargada de melancolía y un par de lágrimas aquí y allá.

Y en medio de todo, o por encima si se quiere, lo que hubo en aquel concierto fue felicidad desbordante, como un disturbio en el corazón, tan acostumbrado a la rutina diaria de maldecir el tráfico, decepcionarse de los demás y desear que todo estalle en mil pedazos.

Dos orquestas, más de 100 años combinados de existencia. Una noche para el recuerdo. Para vivir del recuerdo, más bien.

 

* Santiago La Rotta

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