Un ejemplo a seguir

David Yanovich
15 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

El gran economista monetario Milton Friedman dijo hace más de 50 años que “la inflación es una forma de poner impuestos sin legislación”. No hay sino que mirar lo que está pasando en Venezuela, donde el año pasado la inflación fue superior a 1’300.000 % para realmente entender esa frase: la plata no vale nada, no compra nada, no sirve para nada. No se produce nada, todo escasea, todo es mercado negro. 

Entre otras cosas, por eso es que el dato de inflación de 2018 de 3,18 % es una gran noticia para los colombianos, particularmente para los que tienen menor poder adquisitivo. No hay nada más regresivo que la subida generalizada de los precios de la economía, afectando a quienes tienen menores ingresos de manera mucho más grave que a las familias con ingresos medios y superiores. 

Mantener la inflación controlada ha sido uno de los hitos más importantes de la historia económica colombiana durante los últimos años, y no en menor medida responsable de los buenos indicadores de reducción de la pobreza y crecimiento de la clase media durante ese período. Como los colombianos somos tan desmemoriados, se nos olvida que esto no fue siempre el caso. El país sufrió durante un extenso período en donde la inflación fue un hueso muy duro de roer.

Desde 1971 hasta 1999, Colombia padeció con inflación de doble dígito. Muchos se olvidan —o no les tocó— que en los 90 los precios crecieron 25 % y 30 % al año. La Constitución de 1991 dio un gran paso que a la postre fue fundamental para lograr romper con el ciclo vicioso de la inflación: la independencia del Banco de la República y de su junta directiva. A partir de 1999 la inflación se ha mantenido en un solo dígito. La crisis de ese año, donde el PIB se contrajo en 6 %, marcó el inicio de una nueva era inflacionaria en el país, la cual se ha mantenido con un manejo correcto y ortodoxo por parte del emisor.

Esa independencia del Banco es fundamental y demuestra que, cuando la institucionalidad se diseña de manera correcta, no se manipula y se permite funcionar para lo que fue diseñada (el mandato central del emisor es el control de la inflación), se pueden lograr los objetivos que terminan beneficiando a toda la sociedad. Lástima que esto no ocurra con otras instituciones igualmente importantes en el país —las cortes, la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría, etc—, las cuales han sido constantemente permeadas por motivaciones políticas. 

Pero no solamente por la inflación es importante mantener la independencia del Banco Central.  Como es la institución que tiene el monopolio de impresión del peso, y además es el prestamista de última instancia, su independencia impide que emita para financiar al gobierno de turno. 
Como bien mencionó Carlos Caballero en columna reciente, citando un artículo de Alan Blinder, “al referirse a la naturaleza política de las decisiones económicas, advierte que los economistas ‘aconsejan’ y los políticos ‘deciden’, pero exceptúa de esta regla las decisiones de la Reserva Federal. Una excepción que, en el caso del Banco de la República, parece finalmente haber sido aceptada por los políticos colombianos”.

Ojalá la política respetara las demás instituciones como lo ha hecho con el emisor.

 

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