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¿Un error del papa?

Juan Carlos Botero
22 de mayo de 2015 - 04:29 a. m.

ES DIFÍCIL HABLAR DE ERRORES cuando se trata del papa actual, porque lo que ha hecho Bergoglio en el poco tiempo que lleva como obispo de Roma y líder supremo de la Iglesia católica es nada menos que asombroso.

El papa Francisco ha realizado actos de humildad con un profundo impacto simbólico, como arrodillarse para lavarles y besarles los pies a los presos, entre ellos a una musulmana, y reconociendo oficialmente el Estado de Palestina. Ha extendido con generosidad su mano a los ateos, y la ha levantado sin piedad para excomulgar de un tajo a toda la camorra italiana. Ante la eterna pregunta sobre el homosexualismo, en vez de opinar que se trata de una “abominación”, como dice la Biblia y como lo ha repetido cada papa desde hace siglos, respondió con una actitud más incluyente y comprensiva: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Ha contribuido a remediar los lazos rotos entre EE.UU y Cuba, y ha fustigado el modelo económico del capitalismo sin corazón. Vive alejado de las pompas del poder, con modestia y sencillez, y les ha pedido a sus colegas renunciar a las trampas del lujo para dedicarse a los más necesitados. No vaciló en calificar las atrocidades cometidas contra los armenios como un “genocidio”, y tampoco ha titubeado en sanear las finanzas del Vaticano, exigiendo transparencia en sus inversiones, despidiendo subalternos acusados de corrupción, y destapando cuentas secretas a través de las cuales criminales lavaban cifras millonarias para la mafia. Lo he dicho antes y lo repito ahora: la conducta de este papa debió de haber sido la misma de cada uno de sus predecesores, y que él sea una excepción tan grande en la curia es lo que mejor habla de él, pero a la vez es lo que peor habla de una institución en donde alguien como Francisco (por hacer lo más correcto y lo más humano) sobresale como una verdadera anomalía.

Siendo así, ¿qué error ha cometido Francisco? Por desgracia hay uno grande, y es reciente: su denuncia de la diferencia salarial entre hombres y mujeres. Sin duda, lo que dice el papa es cierto: no hay justificación alguna para que una persona gane menos que otra por hacer el mismo trabajo, y simplemente debido a su sexo. Se sabe que en la Comunidad Europea una mujer gana un 16 por ciento menos que sus colegas masculinos, y en EE.UU las mujeres obtienen 77 centavos por cada dólar que gana un hombre. Francisco calificó esta desigualdad como “un escándalo”. Pero si el papa tiene razón, entonces más que un error se trata de una incoherencia, porque Francisco es la cabeza de una de las instituciones más machistas del planeta. No hay razón que impida a las mujeres oficiar la misa, como sucede con gran éxito en la Iglesia episcopal, ni que puedan ser sacerdotes, cardenales, obispos y hasta papas. El liderazgo femenino, tan necesario y fecundo en el mundo de las finanzas, de la política, de las empresas, del comercio, del deporte, del diseño y de las ciencias, sigue prohibida en una institución que se declara defensora de la moral cristiana. Esa incoherencia le ha costado caro al Vaticano, y ya es hora de que este papa, tan humano y revolucionario en tantos aspectos de la entidad que dirige, aplique la misma actitud audaz y renovadora en cuanto al lugar que ocupa la mujer en su Iglesia. De ahí sólo pueden salir cosas buenas.

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