Un estanque de agua hirviendo

Valentina Coccia
09 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Todos pensábamos que las distintas religiones eran prácticas inocentes hasta que el día 11 de septiembre de 2001 vimos arremeter dos aviones contra las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York. Las imágenes televisivas eran escalofriantes: las víctimas caían precipitándose por las ventanas y los aviones derrumbaban la edificación que se desplomaba en cámara lenta mientras aumentaba nuestro asombro. Las personas corrían despavoridas por las calles llamando a sus familiares. En la ciudad cundía el terror, el shock y la absoluta incredulidad frente al atentado de los grupos extremistas islámicos, cuya fe yihadista les daba motivos para comenzar una guerra “santa” y política contra Occidente. Otro atentado que nos sorprendió por su extrema violencia fue el asesinato de los 12 periodistas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo realizado también por militantes de Al Qaeda. Los terroristas se justificaron diciendo haberse ofendido por las incisivas caricaturas que representaban irónicamente al islam. Aunque la mayoría comprendimos por qué la revista ofendió a la fe islámica, ninguno de nosotros entendió por qué la respuesta debía ser tan violenta y arrasadora.

Estos hechos pusieron en evidencia que religiones y credos, en sus versiones más fanáticas y absolutistas, ponen en peligro la vida de los seres humanos, atentando de manera indiscriminada contra los derechos universales. Aunque debíamos haber llegado a una pacífica negociación para salvaguardar los derechos de la humanidad, en los últimos años la contraofensiva cristiana en Occidente ha tomado las más diversas formas de violencia y tiranía. Valiéndose del argumento de tener la “verdad absoluta” (que supuestamente viene de Dios), grupos fanáticos de injerencia cristiana (católicos, evangélicos, protestantes, etc.) han comenzado a interferir en la política después de muchos años de silencio, atentando contra el derecho de conciencia y pensamiento, contra el derecho al libre desarrollo de la personalidad y llegando incluso a atentar, en muchos casos, contra los derechos de los niños y contra el derecho a la vida misma.

La intromisión de todas las formas de cristianismo en decisiones políticas como la legalización de la eutanasia, la despenalización del aborto y los derechos de las comunidades LGBTI ha afectado a millones de personas, obligándolas a actuar según los principios religiosos aun si no los comparten en su gran mayoría. La reciente elección de Bolsonaro en Brasil es solo una muestra del poder que han tomado las iglesias evangélicas en América Latina. El escándalo de los sacerdotes pederastas y el apoyo que han tenido por parte de los fieles de la Iglesia católica son otra prueba de los absurdos alcances a los que puede llegar el fanatismo religioso, demostrando que muy frecuentemente la religión es solo una fachada para la tiranía y el absolutismo político. De hecho, en la gran mayoría de los casos estos grupos se afilian a tendencias políticas de ultraderecha que ponen en grave peligro los principios democráticos y la pacífica cohabitación en una sociedad diversa y tolerante.

Muchos periodistas y académicos (aquí y en otros lugares del mundo) han predicho que la catástrofe de nuestros días nos está llevando de regreso al pasado. En muchos países el absolutismo se está asomando con pretensiones de convertirse en una realidad inmanente, respaldado en la gran mayoría de los casos por una potente jerarquía religiosa. A mi modo de ver, el peligro se esconde debajo de muchas capas de protección, pero muy por debajo la paz mundial y la sana convivencia entre los seres humanos están en serio riesgo. Como dice un amigo mío, somos como ranas nadando cómodamente en un estanque, pero de repente el agua en la que habitamos comienza a hervir. Cuando ya nos hayamos dado cuenta puede ser demasiado tarde, y habremos regalado nuestras vidas para que se cuezan lentamente en el caldo de la tiranía, alimento de gobernantes opresores y psicópatas religiosos.

Es hora de que el laicismo se manifieste, es hora de que defendamos la democracia y la libertad. Es hora de oponernos al crecimiento de estos árboles, que con el tiempo se convertirán en enormes baobabs imposibles de derrumbar. Numerosas comienzan a ser las protestas contra la ofensiva religiosa y política en muchas partes del mundo. Colombia afortunadamente no se ha quedado por fuera. Por ejemplo, organizaciones como la Asociación de Ateos de Bogotá, Bogotá Atea, la Asociación de Humanistas Seculares de Bogotá y la Corporación Bogotana para el avance de la Razón y el Laicismo se han puesto de manifiesto. Entre muchas propuestas de índole político, estas asociaciones se han propuesto organizar un evento de apostasía colectiva el próximo 25 de noviembre en la Plaza de Bolívar de Bogotá. El evento quiere sentar un precedente frente a la intromisión de la religión en temas como la eutanasia, el aborto, la adopción de niños por parte de personas LGBTI y, sobretodo, quiere mostrar un fuerte desacuerdo frente al encubrimiento de sacerdotes pederastas por parte de la Iglesia católica. Los asociados de estas organizaciones quieren quitarle el respaldo a la Iglesia con el acto de apostasía, no solo poniendo de manifiesto que el laicismo aún tiene peso político en el país, sino también desmitificando el credo de que la Iglesia tiene mucho apoyo basándose en que la gran mayoría hemos sido bautizados en su fe.

A mi modo de ver, es muy importante que mostremos apoyo a este tipo de iniciativas, incluso si se pertenece a algún credo religioso. Debemos recordar que la única razón por la que cristianos y católicos pero también musulmanes, budistas, judíos, hinduistas y demás pueden profesar una fe es gracias a la libertad de conciencia y pensamiento promovida por la democracia. Es importante recordar que la defensa de los derechos humanos está por encima todo credo o ideología política; que todos debemos tener derecho de vivir, pensar y actuar como queramos siempre y cuando no atentemos contra los derechos de los demás. Y es aún más importante recordar que todos debemos tener voz y voto, porque se supone que vivimos en una sociedad diversa y democrática. No tenemos la obligación de quedar atrapados en algún credo religioso o en una ideología política de manera forzosa y dictatorial. Es importante que en los tiempos que corren el laicismo político y religioso pueda manifestarse, de lo contrario terminaremos obnubilados en la guerra “santa” que lleva años incubándose en la historia de la humanidad contemporánea.

@valentinacocci4

valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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