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Un experimento inevitable

Gonzalo Hernández
15 de septiembre de 2020 - 05:01 a. m.

El país está haciendo un experimento delicado en esta fase de apertura. Puede salir bien; puede salir muy mal. Y con la reducción de las pruebas, el principal indicador de resultados seguirá siendo el de las personas fallecidas.

El experimento de la apertura –a gran escala– se hace en un momento en el que Colombia está en el cuarto puesto a nivel mundial en el número de muertos por 100.000 habitantes en los últimos siete días (domingo 13 de septiembre) –estuvimos en los tres primeros puestos por algunas semanas–. Un experimento de alto riesgo, justificado obviamente por la intención de dejar atrás los altos costos del confinamiento: economía paralizada, desempleo, intensificación de la pobreza y problemas de salud. Seguimos pagando el costo en materia educativa (incluida la socialización) de los niños y jóvenes. Los descuidos de largo plazo en la infraestructura de salud y educación llevaron a que sí tuviéramos un dilema de salud y economía.

En lo positivo, el experimento se está haciendo en medio de una leve reducción de los fallecimientos y de una disminución del uso de la capacidad hospitalaria, resultados de un mejor conocimiento de las consecuencias de la enfermedad, de los tratamientos clínicos más efectivos y de las medidas preventivas: tapabocas, distanciamiento social y lavado de manos (autocuidado).

Lo mucho que se pudo hacer mejor en los cinco meses anteriores nos habría puesto en una situación menos riesgosa para esta transición. No obstante, dado que nada mejor en materia de política pública iba a ocurrir en las próximas semanas, y dado que el desgaste de la ciudadanía generado por el encierro llegaba al límite, al Gobierno no le quedaba otra medida. Tenía que formalizar la apertura.

Todos por supuesto esperamos que el experimento salga relativamente bien –lamentablemente la pérdida de seres queridos en muchas familias será de todos modos parte de la realidad–. Si el experimento sale mal, saldrá muy mal. Tendríamos que asumir un saldo alto de víctimas, y veríamos a los gobiernos locales y nacional pensando en nuevos confinamientos generales, justo cuando la apertura es prácticamente irreversible para la gente.

Si todo sale como esperamos será gracias a la responsabilidad ciudadana. E imagino que no dejará de causarnos nostalgia y arrepentimiento, como sociedad, el no haber actuado con el suficiente civismo desde el principio. La base del éxito hoy es la misma que habríamos podido implementar hace un tiempo, sin pagar los altísimos costos que ya pagamos.

En esta columna de El Espectador me referí a las medidas de autocuidado como una tecnología barata con altos beneficios, para hacer énfasis en que el uso de los tapabocas y el distanciamiento social no son algo a lo que solo pueden acceder los países más ricos. Al final de este experimento de apertura, espero poder seguir pensando lo mismo y tener evidencia de que Colombia logró adoptar la receta de éxito. Si no, con desilusión, tendremos que reconocer que los descuidos educativos de décadas y nuestro lastimado tejido social hicieron del civismo una tecnología costosa para Colombia. De cualquier manera, tendremos que pagar por ella porque es un imperativo para surgir como nación. La forma de hacerlo no es un secreto: más y mejor gasto social en educación y salud.

Ph.D. en Economía, University of Massachusetts-Amherst. Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).

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Atenas(06773)15 de septiembre de 2020 - 02:16 p. m.
Empero q' este tutti fruti pasa de soslayo ante tamaño patógeno, no es dable ignorar q' la bisoñada se paga cara aquí y en Cafarnaúm, bástale ver hoy a Israel, Chile, USA e India. Luego, proponer análisis sobre repentino e inesperado suceso, es sencillo expediente pa sentar cátedra.
oscar(08177)15 de septiembre de 2020 - 08:38 p. m.
Cambia la foto, la actual te hace poco creíble
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