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Un grano de arroz

Juan Villoro
20 de febrero de 2009 - 02:17 a. m.

La costumbre de saludar a los recién casados con una lluvia de arroz dio lugar en México a una peculiar artesanía amorosa.

Tal vez esta tradición que nos parece propia provenga de otro país; lo cierto es que arraigó con fuerza. Me refiero a los miniaturistas que escriben el nombre de la amada en un grano de arroz y lo encapsulan en un plástico que sirve como lente de aumento.

Un llavero del que pende un arroz personalizado equivale a una promesa de matrimonio. Me pregunto si alguna vez un novio excesivo arregló que su boda desembocara en una lluvia de arroces personalizados. He sentido repentina nostalgia de ese ingenuo talismán amoroso.

La tragedia que vive México ha hecho que un símbolo de la pasión se transforme en símbolo del miedo. Ante el temor a los secuestros, una compañía de seguridad ofrece incrustar un chip subcutáneo del tamaño de un grano de arroz para que su portador sea localizado vía satélite.

A la fecha, hay dos mil mexicanos con chip personalizado. En este caso no se trata de un nombre escrito en caligrafía bonsái, sino de un número de serie más propio de un robot.

Lo decisivo es el desplazamiento simbólico que ha sufrido el grano de arroz. La breve superficie que desafiaba a escribir un nombre adorado, se ha convertido en emblema del pánico. El remedio no deja de ser ingenuo. El crimen organizado actualiza su oprobio y no tendrá problemas en detectar y extirpar el arroz que en otro tiempo prometía amor y ahora promete seguridad.

En diciembre, un norteamericano especializado en gestionar secuestros fue secuestrado en la ciudad de Saltillo. No hay precaución que valga ante el delito que prospera en un país sin ley.

Para matar un borrego cimarrón en México hay que participar en una subasta cuyo precio de salida es de 70 mil dólares. Para matar un hombre “importante” (es decir, con escolta), bastan dos mil dólares, según la tarifa de los sicarios de Ciudad Juárez.

La descomposición social ha hecho que los objetos más nimios cambien de sentido y todo se valore conforme a la inseguridad o la seguridad que inspira.

En los arroces que se servirán en Navidad, veremos con nostalgia los amores del pasado y los miedos del presente.

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