Un nuevo engendro republicano

Eduardo Barajas Sandoval
18 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Las concesiones del Partido Republicano de los Estados Unidos a un presidente que no salió de su entraña pueden producir un engendro más cercano a la lógica de los negocios que a la del servicio público.

Arrastrados por la marejada de los votantes que atendieron al llamado populista de Donald Trump y le llevaron a la Presidencia a nombre del Partido Republicano, los congresistas de esa formación política han resuelto apoyar mayoritariamente una causa que no conocen cabalmente y de cuyos resultados nadie puede estar seguro.

La entrada de Trump a la contienda por la candidatura presidencial, en contra de los clanes tradicionales del conservatismo estadounidense, significó para los “dueños” del partido una sorpresa incómoda, que con su victoria se tuvo que convertir en compromiso de cooperación, en busca de los beneficios que les podía traer la conquista de la Casa Blanca.

La elección demostró que el discurso retardatario y regresivo del presidente se comunicaba de manera fluida con el corazón de los votantes anclados en tradiciones conservaduristas y radicales de un americanismo cerrado y excluyente. Circunstancia que podía gustar menos a unos que a otros, pero no alcanzaba a ser para ellos motivo de repudio.

Las torpezas derivadas del desconocimiento del modus operandi de la vida pública, así como de principios fundamentales, por ejemplo los que se derivan de la separación de poderes, seguramente comenzaron a poner en aprietos a una bancada a la que cada día le ha quedado más difícil apoyar a un jefe del Ejecutivo que pretende obrar desde la Presidencia como acostumbraba a hacerlo en sus empresas.

El juego del pragmatismo les ha llevado hasta ahora a apoyar a ese presidente que está en el poder y tal vez han pensado que mal harían en volverle la espalda en medio de una situación que, aunque confusa, les es favorable. Pero las cosas van tomando un rumbo extraño. El presidente insiste en su discurso desaforado contra la clase política, dentro de la cual en realidad no hace distinción de partidos, y la acusa de todos los males.

En la perspectiva de las elecciones del 6 de noviembre de 2018, cuando se renovarán todas las 435 curules de la Cámara de Representantes, y un tercio de las 100 del Senado, el presidente comienza ya a hacer discretamente llamados por las redes sociales a los ciudadanos que lo eligieron, y a todos los que le quieran oír, para que desborden a la clase política y la expulsen del poder, a manera de castigo por su ineptitud.

Lo que resulta interesante es que la alternativa que propone el presidente para conducir los destinos de su nación se fundamenta simplemente en la lógica de los negocios. Vale la pena recordar que por allá desde cuando consideró entrar en la carrera presidencial de 2012 pretendía que se le aceptara como credencial principal el hecho de haber cerrado cientos de acuerdos de negocios.

La mejor muestra del talante que se va abriendo paso como aparente alternativa de modelo de ejercicio del poder se puede advertir en las actitudes del hijo del presidente, Donald Jr., ante la acusación de haber tenido contacto con una persona que le refirieron como representante del Gobierno ruso, supuestamente para recibir información privilegiada que podía hacerle daño a Hillary Clinton.

Cuando alguien responde, con franqueza y candidez, que no hubo nada malo, pues en el mundo de los negocios uno debe atender la oferta de cualquier tipo de información que le pueda ser útil, denota de inmediato un alejamiento completo de los famosos principios de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, para reemplazarlos por los del mercado inmobiliario.

Los congresistas republicanos tienen ahora ante sí una situación de complejidad inusitada. Esencialmente forman parte de esa clase política a la que el presidente y sus electores detestan. Nadie garantiza que ese electorado les va a seguir en la dirección que ellos deseen, si no es la misma de la del presidente. ¿Cuál ha de ser el contenido de su discurso de campaña para 2018, que debe comenzar a perfilarse desde ahora? ¿Estarán dispuestos a correr el riesgo de no obtener el favor popular si se enfrentan o no apoyan decididamente a un presidente populista? ¿Serán capaces de plantear ante el electorado propuestas con la mirada puesta mucho más allá de la angustia propia de la reelección inmediata?

Las actuaciones de los gobernantes, y de la clase política, tienen en todas partes efectos profundos, mucho más de lo que sus protagonistas imaginan, en el comportamiento ciudadano y en el clima de la vida de cada nación. Por eso, en el caso de los Estados Unidos, están por verse las consecuencias de los actos de un presidente que quiere gobernar en familia, como de pronto les gustaría a unos cuantos que sueñan con tener una casa real, que hasta ahora no se llegó a consolidar con los Kennedy, ni los Clinton, ni los Bush.

¿Será que los congresistas republicanos, por hacerle coro al Gobierno, van a estar dispuestos en 2018 a abandonar sus principios y abogarán para que se consolide una nueva interpretación del sentido de la vida pública, a la manera de un engendro alejado de la tradición institucional de los últimos dos siglos? O, ¿será que, a pesar de los esfuerzos que ellos hagan, los votantes de los Estados Unidos van a terminar por llevar al Congreso una nueva generación, con otros nombres, que en sus actuaciones siga el modelo de los que se reunieron con la abogada rusa en un piso de la llamada Trump Tower para hacer política de esa manera?

 

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