Pazaporte

Un país bisiesto

Gloria Arias Nieto
10 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Supongo que uno, generalmente, sabe si uno mismo está vivo o está muerto. Si mira los recuerdos desde afuera o desde adentro, y si recorre sus propios espacios pisando tierra, historia o un soplo de algo. Pero como a Salomón Palacios lo mataron sin darle tiempo de despedirse, ni empacar su vida, ni nada, se quedó por ahí, como un fantasma. Con la piel rota por los tres tiros que le dieron, y sin comprender muy bien a qué horas se había convertido en eso que llaman en los rezos “un alma en pena”.

“Río Muerto”. Río con dos orillas de pantanos y viacrucis, pueblos, costumbres y suicidas que van y vuelven, porque a veces ni siquiera el más allá es para siempre.

Leí “Río Muerto”, de Ricardo Silva Romero, y apenas llegué al último renglón volví a la primera página. La proximidad -real y literaria-  del 29 de febrero me pidió volver a empezar y confirmar que el nuestro es un país bisiesto; es decir, extraño, atravesado por el miedo, la imaginación, agonías irreverentes y un montón de huérfanos y de enemigos tratando de perdonarse a ellos mismos, y otros, empeñados en reciclar sus heridas, como una piedra atada al cuello.

“Rio Muerto” me llegó un viernes, mientras diluviaba en mi ventana. Ricardo me lo había anunciado hacía unos días, y desde entonces, lo primero  al despertarme, y lo último antes de dormir, era revisar mi celular a ver si había llegado su mensaje.

Apenas llegó sentí esa mezcla de orgullo, agradecimiento y emoción, porque  el autor me había invitado a recorrer su más reciente novela, poco antes de convertirse en un libro con páginas de papel. Fue como tener permiso de asomarme -desde antes y para siempre- a un asombro anunciado y desconocido.

Este es un libro escrito por un hombre de paz, en un paÍs acostumbrado a la guerra. Un novelista poeta que siempre encuentra la manera de crear las más bellas imágenes, para describir aun las cosas más tristes. Yo llevaba muchos años esperando, sin decirlo, que Ricardo escribiera una novela sobre el más real de nuestros fantasmas: la guerra. Así, como un homenaje a quienes han comprendido que la violencia es el peor de los fracasos; y como una denuncia ante la reiterada estupidez de quienes se empeñan en seguir despreciando la vida. Un libro que huele a esos miedos que solo se quitan con la muerte; huele  a soledades prematuras, a pactos de amor y de silencio; suenan fusiles y acordeones, curas y locuras.

“Río Muerto”. Río testigo, río donde confluyen soledades, monólogos y renuncias;  río que canta con las cantaoras y calla con Salomón, el mudo muerto menos muerto del mundo.

Sueño con ver este libro convertido en película. Es que es un libro escrito en tercera dimensión; no sé cómo explicarlo… está lleno de voces, calor, derrotas y plegarias. Tiene cuerpo y texturas, y uno siente el polvo de la carretera, las balas estrellándose contra la piel, y ese ruido que hacen los domingos cuando el sol se va. Ahí están las raíces de los árboles, y las raíces de las mujeres y los hombres, crónicamente partidos por la guerra.

Gracias, Ricardo Silva Romero, por haber escrito este libro. Gracias, Jesús Abad Colorado, el testigo del lente en el corazón, por esta carátula: son las velas de la resistencia, las que iluminan y dibujan en el piso el mapa del Chocó; velas por la memoria; velas blancas, pedacitos de cera y estrellas, rodeadas por el luto, la penumbra y la voz de tantos horrores que nos seguirán hablando desde el río; porque hay que tener muy cerrada el alma, para no oír todo lo que cuentan los ríos.

ariasgloria@hotmail.com

 

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