Un país a la deriva

Hernando Gómez Buendía
20 de enero de 2019 - 10:20 a. m.

El Gobierno de Duque no se siente y si no fuera por el Eln nuestros medios no tendrían de qué hablar: ¿buena noticia o apenas calma chicha? 

La respuesta más simple es que el año no ha empezado todavía, y que muy pronto vendrán las decisiones realmente conflictivas para Duque. En mi opinión su desafío inmediato es el hueco fiscal que le quedó tras la reforma tributaria a medias, y el recorte del gasto que por supuesto va a afectar a mucha gente. 

A esto se le suman la torpeza y debilidad del presidente en el manejo de los estudiantes, que fue una invitación a los sectores con reclamos más legítimos y más capaces de paralizar el país para que exijan sus propias concesiones billonarias. Viene una ola de protestas sociales ante un gobierno inepto y arruinado —lo cual infortunadamente implica que vendrá la mano dura—. 

Este escenario de protestas hace aún más previsible la rendición de Duque ante el Congreso. El naufragio de sus proyectos legislativos y la oposición casi abierta de su exjefe ya le enseñaron que no puede tener ministros técnicos, sino ministros que hagan los favores: la mermelada y la piñata burocrática seguirán siendo la base de un gobierno que intentó ser “de opinión”. 

Gobernar al vaivén de las presiones es consecuencia natural de un presidente que no tiene ideas. Fuera de sus instintos (de mano dura) y de unas pocas simplezas sin sustancia (“legalidad”, “economía naranja”…), el doctor Duque no conoce el país y no tenía nada para proponerle. La prueba —por si faltara— es el Plan de Desarrollo o retahíla de 16 “pactos” sin coherencia interna y pegados entre sí con puras babas. 

Pero detrás de un gobierno sin rumbo lo que tenemos es una sociedad sin rumbo. Después de tantos años de obsesión con las Farc, los colombianos descubrimos que ese no era el problema y que el acuerdo no es para cumplirlo. Vino después el susto del castrochavismo, que nos sirvió para elegir a Duque y que por eso quedó en el pasado. 

Esas cortinas de humo nos distrajeron durante varias décadas y, sobre todo, nos desviaron hacia el país que ahora estamos constatando: un país sin proyectos, sin partidos, sin líderes y sin asuntos que de verdad nos “polaricen”, como quisieron hacernos creer. 

Sin las Farc ni el peligro de ser otra Venezuela, el “presidente eterno” y el líder principal de Colombia en un siglo ha vuelto a convertirse en lo que era: un político oscuro, conflictivo y mezquino. El jefe de la oposición no ha podido ser jefe de nada, ni dar vida legal a su partido, ni librarse siquiera de las multas y videos indiscretos. Y los demás jefes de hace apenas unos meses ahora son Sergio ¿quién?, Germán ¿quién? y Humberto ¿quién? 

No tenemos propuestas creíbles y ni siquiera demagógicas sobre los problemas que sí son y que sí eran: ¿cómo sacar al país de la pobreza? ¿Cómo disminuir la inequidad? ¿Cómo reformar la justicia, o la salud? ¿Qué hacer con el narcotráfico, o con la corrupción, o con el medio ambiente? 

Así pues que la falta de noticias quiere decir que aquí no pasa nada. Pero también quiere decir que puede pasar todo.

* Director de la revista digital Razón Pública

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