Un plan maquiavélico

Indalecio Dangond B.
10 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Siempre nos mantuvieron engañados, hasta ahora venimos a darnos cuenta de que en Colombia existían dos frentes guerrilleros. El armado, que operaba en las zonas rurales del país, traficando con droga, bombardeando pueblos, asesinando a nuestros soldados y policías, reclutando y violando niños y mujeres, extorsionando y secuestrando a empresarios del campo y despojando tierras, y el otro, que operaba en silencio desde las tres ramas del poder público (Judicial, Legislativa y Ejecutiva), desde algunos medios de comunicación, universidades y hasta en los clubes de la rancia y aristocrática política del país.

La estrategia fue bien montada. Mientras distraían a los despistados mandatarios de turno con falsas promesas de acuerdos de paz, iban apoderándose de más corredores geográficos estratégicos del país e infiltrándose en entidades claves del poder para darle un golpe de Estado al gobierno, como lo hizo Hugo Chávez en Venezuela.

En el año 2002, se les complicó la cosa. Los colombianos, asustados, arruinados y secuestrados en nuestras poblaciones por las guerrillas, decidimos elegir al único líder político de este país que había prometido sacarnos del infierno de una cuarentena de muchos años, impuesta por quienes hoy ostentan el título de honorables senadores de la República de Colombia sin haber pagado un solo día de cárcel por los delitos cometidos, gracias al trabajo hecho por los guerrilleros intelectuales del club de socialistas de Bogotá.

Pero devolvámonos al 2002. Cuando Álvaro Uribe Vélez se posesionó como presidente de la República, su primer acto como mandatario fue un consejo de seguridad en Valledupar donde estableció una política de Estado llamada “Seguridad Democrática”, la cual propició un papel de colaboración más activo entre los ciudadanos y las Fuerzas Militares para hacer frente a la amenaza de la insurgencia y otros grupos armados ilegales del país. Recuerdo que, al día siguiente, volvieron los controles militares en todas las carreteras del país, para acabar con las famosas pescas milagrosas de las guerrillas.

Desafortunadamente, el tiempo no le alcanzó al presidente Uribe para terminar la tarea de devolverles la tranquilidad y seguridad a los colombianos y tuvimos que reelegirlo por cuatro años mas, en los cuales pudo debilitar por completo a las guerrillas, desmovilizar a paramilitares, acabar con los cultivos ilícitos, reactivar la economía y la inversión extranjera.

Derrotados militarmente, a los intelectuales de la guerrilla no les quedó otro camino que unirse al enemigo y muy inteligentemente infiltraron a uno de sus miembros como candidato presidencial en el partido político del presidente Uribe, logrando conseguir lo que no pudieron con las armas. Es decir, dejar el camino despejado a la izquierda con medida de aseguramiento al expresidente Uribe, para ganar las elecciones en el 2022.

Con Uribe afuera, es imposible detener este plan maquiavélico que —además de vengarse del expresidente— busca imponer —como decía Álvaro Gómez Hurtado— “un régimen de gobierno con base en las complicidades” para saquear el país, tal como ocurrió en Venezuela. En la pasada columna de Vicky Dávila está muy bien explicado lo que puede venirse para el país. Apague y vámonos.

En el tintero: Indignante y deshonroso el escándalo de tráfico sexual en la nómina de la Corte Constitucional.

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