Un relevo inaplazable

Eduardo Barajas Sandoval
05 de junio de 2018 - 12:15 p. m.

Cada día que pasa sin que se vaya un gobierno afectado por la corrupción de sus promotores, condenados por la justicia, no solo es una afrenta a la institucionalidad sino un retroceso de la decencia y de la democracia. El sistema parlamentario supera en su capacidad de respuesta, en esos casos, al modelo presidencial, en cuanto facilita la salida y el cambio de la plana mayor del gobierno, con la garantía de que quien esté a la cabeza cuenta con el apoyo de los elegidos por la ciudadanía. Y si ese apoyo es precario, ahí está siempre la opción de apelar de manera directa al electorado, mediante la realización de nuevas elecciones.

Por primera vez en la historia de la muy respetable democracia española contemporánea, un Presidente del Gobierno se ha tenido que ir antes de tiempo, al perder la confianza de la mayoría parlamentaria. Herido políticamente por la condena a varias décadas de prisión impuesta a personas relacionadas con el Partido Popular, que según los jueces llevaban una contabilidad doble en favor de esa organización política, el gobierno de Mariano Rajoy trató de resistir y se quedó en el poder hasta que lo sacaron mediante el sistema de Moción de Censura.

Al proceso político español, afectado por la quiebra del bipartidismo vigoroso de las primeras décadas de la era post franquista, se viene a sumar, por donde menos se esperaba, un cambio de gobierno que no fue posible por el camino de elecciones generales. Las últimas que tuvieron lugar no despejaron el panorama ya que si bien no le dieron a Rajoy la mayoría absoluta que hubiera querido, facilitaron su permanencia en el poder.

A pesar del aparente éxito del gobierno saliente en la mejoría de las cifras de la economía, que constituye su mayor orgullo, como lo ha querido resaltar en su despedida, siguen pendientes factores de fondo que conmocionan la vida política española, dentro de los cuales el más difícil de manejar, y el de mayor trascendencia política, institucional e histórica, es el intento de independencia de Cataluña. Asunto que, a raíz del cambio de gobierno, permite que los interlocutores sean otros, aunque en realidad ninguno de ellos esté dispuesto a cambiar las posiciones de fondo que se han planteado. El gobierno central, porque tiene la responsabilidad de mantener la unidad de España, que ha jurado defender, y el gobierno catalán, que no ha renunciado a la causa independentista, sino que se aferra cada vez más a su propósito. 

El Partido Socialista Obrero Español, que tanto contribuyó a la consolidación de la democracia en los primeros tramos de la nueva era, no es el mismo de otras épocas. Ya no tiene la significación política que llegó a tener, y tampoco apoyo popular y fuerza representativa suficiente en el Congreso de los Diputados. Todo lo que ha conseguido ahora, con Pedro Sánchez a la cabeza, es aprovechar con acierto una circunstancia que le ha permitido llegar al poder por un camino diferente del de la voluntad ciudadana expresada de manera directa en las urnas. Todo esto pesa sobre el flamante nuevo Presidente del Gobierno, quien seguramente intentará desarrollar el proyecto de su partido, para enderezar desigualdades, y dialogará con Cataluña, como lo ha ofrecido, a sabiendas de que puede ser un diálogo de sordos.

Fuese por reflejo de político callejero, de estratega resabiado, o de conocedor experimentado de los procesos políticos de su país, Rajoy trató antes de irse, por todos los medios, de desacreditar al jefe de los socialistas, con el argumento de que no estaba apto para gobernar y con la advertencia de que el oficio le quedaría grande.  Ahora como ex presidente recibe el apoyo de sus áulicos, que insisten en que se quede en la jefatura del partido de centro derecha con la esperanza de que, en esa lógica, vuelva al poder más temprano que tarde.

Parece que los interesados en el retorno de Rajoy, en lugar de apostar por el cambio, demuestran que no entienden la necesidad de un relevo generacional y programático en el seno de su partido. Como si no pudieran apreciar el panorama sombrío de una agrupación política que salió del poder por la puerta de atrás, Tuvo que ceder a su rival histórico en ejercicio del mismo, y ni siquiera ha pasado a ser cabeza de la oposición, que ahora queda a cargo de una formación política nueva, que forma parte de esa acometida general en contra de un establecimiento que, por dedicarse a resolver los problemas macro económicos, no fue capaz de facilitar respuestas a las preocupaciones comunes de la mayoría de los ciudadanos.

Al llegar al poder, Pedro Sánchez no solo debe tener conciencia de que su presencia en el gobierno significa un aire fresco y la opción de intentar manejar de otra manera los problemas esenciales de España. También debe tener conciencia de la precariedad de su propio mandato, derivado de una oportunidad que le ha dado el destino, por fuera de la regla ordinaria del apoyo popular en unas elecciones.

Pero el reto más grande no es en realidad para la persona del nuevo presidente el gobierno, sino para todos los socialistas, que por el solo hecho de llegar al poder en este preciso momento tienen la oportunidad, y a la vez la obligación, de presentar a la consideración pública el proyecto socialdemócrata para una nueva época. Porque el relevo no debe ser solamente de las personas o de las generaciones, sino de las propuestas.

Son numerosos los ciudadanos, en España y en otras partes, que no se sienten hoy representados por nadie, y esa circunstancia abre desafortunadamente un espacio político propicio para el nacionalismo egoísta y discriminatorio, lo mismo que para la demagogia y el populismo. El relevo inaplazable es el que se debe dar en el campo de las reformas necesarias para cerrarles el paso a esos fenómenos que, desde la derecha o la izquierda, amenazan con el deterioro de la institucionalidad y la devaluación de la democracia.

Ante la insuficiencia, y las consecuencias negativas, que hasta ahora ha traído la política de privilegiar la recuperación económica, alguien se debe ocupar de plantear soluciones viables para los ciudadanos del común, y evitar que sean víctima de las ilusiones pasajeras del revanchismo sin alternativas sostenibles de beneficio social, que en tantas partes ha probado ser episódico, desorientador y destructivo. Pero no será suficiente plantear un proyecto. Los proponentes de alternativas adecuadas a ésa época deberán someterlo a la refrendación de los ciudadanos en las urnas. Solamente así tendrán autoridad suficiente para llevarlo a cabo.

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