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Un yanqui en la Corte

Oscar Guardiola-Rivera
07 de junio de 2011 - 04:21 p. m.

Tan sólo tres jefes de Estado se han dirigido al Parlamento Británico en Westminster Hall desde la Segunda Guerra: De Gaulle, Mandela y Benedicto XVI. Obama fue el primer presidente americano en hacerlo el jueves 26 de mayo.

La ocasión fue histórica: además de los parlamentarios, estuvieron presentes antiguos primeros ministros, la diplomacia, la aristocracia inglesa y hasta la realeza de Hollywood, representada por Tom Hanks.

El objetivo del presidente era enfatizar la existencia de una “relación especial” entre británicos y americanos, fundada en valores, idioma e historia comunes, y encarnada en el rol supuestamente excepcional cumplido por ambos países allende Occidente: promover la democracia, el libre mercado y los derechos humanos por todo el planeta.

Sin embargo, su lenguaje fue nostálgico: como el de quien reafirma lo ya perdido. En la parte central de su discurso, Obama hizo referencia al ascenso de China, India y Brasil. Reconoció que las viejas coordenadas, “Occidente contra el resto”, ya no funcionan. Y que el mundo de hoy se reorganiza en términos latitudinales: Sur-Sur, y Sur-Norte. Pudo haber ido más allá. Pudo haber reconocido que China quizás haya derrotado a los Estados Unidos en su propio juego al convertirse en país acreedor y bien pronto primera potencia económica mundial.

Que hoy es India la que se apresta a darle una mano a la deprimida economía Británica. Y que es Brasil, no EE.UU. ni la OTAN, el que cuenta con confianza suficiente en Oriente Medio y el norte de África como para llevar a Irán a la mesa de negociaciones o servir de inspiración a los rebeldes del mundo Árabe, como el propio Obama sugirió durante su paso por Suramérica hace unos meses. Y en general, que Brasil y el resto de Suramérica dan hoy ejemplo al mundo: por ejemplo, al renunciar al desarrollo de armas nucleares, oponerse al uso de la fuerza por parte de unos cuantos países que no rinden cuentas a nadie, y ser pionera en el uso de la imaginación económica con una cierta medida de pragmatismo al apartarse de las ortodoxias neoliberal y neoconservadora que, como escribí en mi columna anterior, tienen a Europa al borde del precipicio.

Sé que esto parecerá realismo mágico a los escépticos y pesimistas entre nosotros. Pero lo cierto es que hoy Europa nos mira con sorpresa, si es que no envidia. “¿Por qué a ustedes no les ha ido tan mal como a nosotros?”, me preguntan en conferencia tras conferencia en Europa y los EE.UU. El capitalismo, tal como lo conocemos, ha dejado de funcionar en Europa. Los derechos humanos desaparecen cuando se habla de inmigración. Los jóvenes indignados de Grecia o España han dejado de creer en sus democracias. Obama pudo haberlo reconocido, pero no lo hizo. Quizá sea demasiado esperar que hubiese sido de otra manera.

*  Analista y profesor del Birckbeck Collegede la U. de Londres

 

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