Una Argentina refrescante

Hugo Sabogal
10 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Han pasado dos años desde la última vez que visité Argentina. Y en este corto espacio de tiempo, el estilo de sus vinos ha cambiado de una manera asombrosa.

Tanto así, que la nota más sobresaliente del Argentina Wine Awards, el concurso que acaba de congregar en Mendoza a críticos mundiales para evaluar las tendencias en el país austral, ha girado esta vez bajo la premisa de construir un nuevo camino en el que se revalúa por completo el concepto de identificar a los mejores vinos por sus largos períodos de añejamiento en barricas de roble. Hoy se impone un estilo más fresco y natural. Así, el contacto con los costosos y finos recipientes de madera se reduce significativamente en tiempo e intensidad.

El nuevo consumidor prefiere vinos más ligeros y frutosos, y está dispuesto a pagar muy bien por ellos. Hablamos aquí de un segmento de población entre los 30 y los 40 años, que sólo encuentra deleite si el vino le habla de un origen identificable y si posee suficiente acidez natural para sentir en cada sorbo el deseo de servirse una nueva copa. Para ellos, la barrica es casi un anatema.

“Es interesante apreciar cómo Argentina ha asumido este reto”, dice el norteamericano Adam Teeter, uno de los jurados que evaluaron la semana pasada más de 500 vinos de todas las regiones argentinas: desde la norteña Salta hasta la profunda Patagonia. “En cambio, nuestros vinos de Napa y Sonoma, en California, se resisten a adoptar estos cambios. Y por esta razón están comenzando a perder terreno a pasos agigantados”.

Pero quizás el factor de identidad más revelador para Teeter, lo mismo que para el inglés Jamie Goode, es la identificación de Argentina con una variedad emblemática como la Malbec, que se produce con excelentes resultados en valles de baja altura, casi a nivel del mar, o en elevaciones superiores a los 3.000 metros. Este atributo, señala Goode, es único en el mundo. Y si bien es cierto que el Malbec puede cansar a algunos consumidores, a otros los llena de placer, máxime cuando pueden comprar botellas desde los precios más bajos hasta los más altos.

“Lo destacable es que la calidad de estos vinos está presente en todos los segmentos de precio, y esto es algo que no ocurre en todos los países productores”, señala Goode. Un costoso Cabernet Sauvignon de Napa sorprende por su intensidad y su complejidad, apunta Teeter. Pero las botellas de bajo precio son deslucidas y aburridas. “En cambio, los Malbec de Argentina son consistentes en todas las categorías, sin importar el precio”.

Sin embargo, el apremio de encontrarle al Malbec un sustituto o acompañante cobra cada día más fuerza.

Para Goode y Teeter, ese acompañamiento ya se detecta en variedades tintas como Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot, y en blancas como el Semillón y el Viognier. “Y aunque hay buenos vinos hechos con Chardonnay y Sauvignon Blanc, son la excepción y no la regla”, dice Teeter.

Después de recorrer Patagonia y toda la región central de Mendoza y San Juan, y de probar una interesante selección de vinos de Salta, he podido atestiguar que a Argentina le cuesta trabajo producir vinos masivos y de bajo costo, a diferencia de lo que sucede en Chile y California, y en la zona de La Mancha, en España.

¿Es esto una ventaja o una desventaja?

Para Teeter y Goode, es una ventaja salirse de este grupo. “En el mundo de los vinos y de otras bebidas, lo mismo que en el universo de productos gourmet, quienes se destacan son aquellos que logran marcar diferencia con una oferta excepcional”, dice Goode. “Los vinos de bajo precio carecen de emoción y de carácter”, agrega.

Para ambos, los vinos de bajo costo se vuelven atractivos cuando uno pasa por la caja registradora. Y hasta allí llega su gloria.

Algunas de los puntos más llamativos de los vinos argentinos se derivan del predominante clima continental. Si bien es cierto que los costeros sorprenden con su estilo ligero y fresco, dicha cercanía a fuentes de agua importantes puede resultar riesgosa. Los tintos, por ejemplo, se sienten duros y herbáceos, y la vid corre el peligro de desarrollar hongos y otras enfermedades de difícil control.

Al estar alejada de la influencia directa marina, la viticultura argentina permite alcanzar siempre la madurez de sus uvas en un ambiente seco y sano. La verdad, pueden conseguirse sin sobresaltos, mediante cosechas más tempranas.

Por lo que pude constatar, Argentina mantendrá su línea de vinos complejos robustos en las líneas altas. Pero la generalidad del portafolio, en particular los vinos de intermedios, será marcadamente más frescos, livianos y fáciles de tomar.

 

 

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