Una delicia
Una delicia El Espectador del viernes 20 con los cuatro reconocimientos a sus periodistas y el gran premio Vida y Obra a su editor general, el maestro Jorge Cardona. Un duro. Una delicia El Espectador del sábado 21 con el merecidísimo homenaje a ese gran escritor y ser humano que fue R. H. Moreno Durán, a quien no tengo cómo agradecerle mis solitarias sonrisas con sus libros en mis manos. Desde aquí un saludo de gratitud a su señora, Mónica Sarmiento, y su hijo, Alejandro Moreno. Lo tengo muy cerca de la cabecera de un buen puñado de colombianos de distintas profesiones que por una u otra razón su trabajo y ser no han tenido el lugar que se merecen en nuestro parnaso nacional. Toda una delicia saber que El Espectador lo tiene presente. No me acordaba de que fue otro de los grandes que pasó por este diario. Nada sorprende, por aquí siempre han pasado los y las mejores. Una delicia El Espectador de ayer, con el discurso del recorrido histórico y periodístico en la segunda mitad del siglo XX por el que su editor general recibió el Premio Simón Bolívar. En fin, una delicia El Espectador, ayer, hoy y siempre. Sinceras felicitaciones a todos y a todas.
Enrique Uribe Botero.
El “ultrapatriota”
A un lector como el suscrito, que ve en El Espectador un diario cada vez más en alza y superioridad periodísticas —no solo por su presentación, esto es, por su formato, sino sobre todo por la diversidad, riqueza, altura y profundidad de su contenido—, causa estupefacción encontrarse con una columna por el corte de la titulada “La antidemocracia refrendaria” (página 16, martes 17 de los corrientes). Su autora, Cristina de la Torre, se viene lanza en ristre —manía ya usual en un grupúsculo de columnistas de periódicos y revistas de nuestro polarizado y emponzoñado país— contra el, por y para fortuna de la patria colombiana, dos veces presidente de la república y ultrapatriota Álvaro Uribe Vélez, a quien los no desmemoriados recordamos como el rescatador de la nación del secuestro, el acorralamiento y la sistemática destrucción y toma de poblaciones, a las que venía sometiendo una organización guerrillera cada vez más poderosa y terrorífica, azote que se extendía desde fines del siglo pasado y se acrecentaba en inicios de la centuria que corre. Dicha columnista arremete con una andanada de incoherencias y detracciones rayanas en lo panfletario, de un lado, hablando de “democracia directa” —algo, más que utópico, políticamente imposible, pues ni siquiera rigió en la Atenas antigua, cuna de la democracia, por cuanto gobernaba y decidía en el ágora no la plebe sino la élite, la aristocracia—, y, de otro lado, destilando un insano rencor contra un patriota colombiano al que, quienes como tal columnista, no le perdonan el haber acabado con las temibles pescas milagrosas que habían avanzado por caminos, carreteras y poblaciones hasta las puertas de las grandes ciudades, sembrando zozobra, inseguridad y espanto en toda la sociedad. No le perdonan tampoco el haber replegado y desdentado a esas fuerzas enemigas del pueblo y dado pie a que se rindieran en Cuba, ni le perdonan su franco anticastrismo, antichavismo y antimadurismo, por lo cual lo tachan de antidemócrata y refrendario, para gozo de todos aquellos simpatizantes de quienes, por ejemplo, se tomaron por asalto el Palacio de Justicia y dieron lugar a la masacre de civiles y altos magistrados, que para fruición también de sus admiradores han hecho encarcelar a su verdugo. Esta es Colombia, Pablo.
J. Excelino Salcedo Salazar
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com