Una cabina telefónica en la frontera

Arturo Charria
02 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Caminando por Cúcuta vi una cabina telefónica que me llamó la atención. Lo primero que pensé es que estaba en muy buen estado (ya no se ven muchas por la ciudad y las que hay están muy destruidas). Esta tenía los colores gastados, pero su estructura estaba intacta; la máquina se veía nueva, aunque le faltaba la bocina del teléfono y tampoco tenía el cable. Debajo de la estructura del teléfono había una caja negra metálica en la que estaba inscrito, en esténcil blanco, el costo de las distintas llamadas que podían hacerse: Local $100, Movistar $200, Comcel $300, Táchira $400.

Me vi a mí mismo frente a esa cabina haciendo fila para llamar a un amigo o a un amor no correspondido (llamar y colgar y ser feliz con el eco de esa voz que durante un instante me hablaba solo a mí). Recuerdo ir siempre con las monedas justas, las ponía sobre el teléfono y, cuando un sonido advertía, tomaba las necesarias y seguía con la conversación.

Como suele ocurrir en estas escenas, la imagen se convirtió en una nostalgia plural. Pensé en amigos con los que no hablo hace años, recordé sus números y estuve tentado en marcar a sus casas: combinaciones numéricas que recuerdo a través de la forma en que movía los dedos sobre el teclado o el disco del teléfono. Es curioso que la tecnología, con el paso del tiempo, sea una forma de volver al pasado.

Seguí mi camino mientras pensaba en la palabra “Táchira”, escrita entre las opciones de llamada en esa cabina. En las actuales dinámicas de migración de Cúcuta, muchos podrían pensar que es para que los miles de venezolanos que hoy viven en la ciudad llamen a sus familiares. Sin embargo, cuando la cabina fue instalada, esta tenía como propósito que los colombianos se comunicaran con sus amigos y parientes que vivían del otro lado de la frontera, porque el tiempo y la tecnología son frágiles y nos ponen en un lugar u otro de la historia.

Hoy en día esas cabinas son obsoletas. Primero fueron reemplazadas por los “minuteros” y por teléfonos en locales comerciales. Luego, cada persona comenzó a andar con su propia central de comunicaciones en el bolsillo.

La cabina, que estaba sobre la avenida cero con calle cuarta, a pocos metros del estadio General Santander, nos habla de otro tiempo y del sentido que tienen las comunicaciones en un lugar atravesado por migraciones históricas. Así como de  la importancia de comprender que el tránsito de personas también es un diálogo permanente y que Cúcuta en su identidad es migrante.

El teléfono en la cabina estaba sin bocina telefónica y parecía que la comunicación estuviera fracturada. Me quedé pensando en la importancia de reconstruirla, como una metáfora de recomponer una relación que parece se hubiera cortado. Quizá de esa manera podríamos iniciar un diálogo que no es con otros, sino con nosotros mismos.

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