Una Colombia imbatible

Juan Manuel Ospina
01 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Jesús Abad Colorado con sus impactantes fotografías presentadas en Testigo, una exposición colgada en el Claustro de San Agustín acá en Bogotá,  fruto de treinta años de caminar el país con su cámara y su ojo certero, abre  una ventana única al interior del alma de un pueblo que espera contra toda esperanza, que  en su cotidianidad anónima pero rebosante  de vida reafirma la fuerza de ésta  frente a  la presencia  de la  violencia y la muerte, de una violencia padecida sin que  sus víctimas  alcancen siquiera a desentrañar sus causas.

  Con la majestad silenciosa de unas imágenes imborrables,  es un homenaje a la capacidad de millones de  colombianos anónimos y humildes materialmente pero gigantescos en su espíritu, muy especialmente  las mujeres,  que desde su impotencia social y política y solo con la fuerza de su humanidad,  no solo no dan su brazo a torcer  sino que  renacen de las cenizas a que los quiere reducir el fuego cruzado de paramilitares, guerrilleros, delincuentes y hasta de agentes de un Estado que con sus dirigentes a la cabeza nunca ha estado a la altura de sus responsabilidades sagradas de protección de la vida de todos sus ciudadanos sin excepción.

 Un Estado sumido en una pasividad surgida de la  desidia o de su  simple incapacidad, habría que precisarlo, llevó a que el débil fuera y aún hoy sea aplastado por el fuerte, que redujo  al país  a un escenario hobbesiano en el cual “el hombre es para el hombre un lobo”.  Pero es también el escenario, como nos lo enseña la mirada de Abad, donde la vida y la humanidad resultan superiores a la muerte y al frío cálculo económico, político,  de poder  o simplemente militar, de los diferentes actores y promotores de tanta barbarie, que a los ojos de sus víctimas son indistinguibles e igualmente temidos. Una  fuerza de vida   que le permite  a Colombia en medio de tanta ignominia, mantener  viva la luz de la esperanza, haciéndonos recordar  el grito de los republicanos españoles en la guerra civil: No pasarán.

La vitalidad del  espíritu del colombiano de a pie también se expresa  en su rebusque del pan  de cada día, otra  lucha por la vida permanente y  solitaria, porque  la presencia y el acompañamiento estatal es igualmente cicatero, desprovisto del reconocimiento y respaldo que exigen las reglas de la solidaridad, sin las cuales la  democracia es una ficción  y la máxima hobbesiana  se hace también realidad en la arena económica.

 Ambas circunstancias llevan a que  en la vida del país  se imponga un sentimiento que es de simple supervivencia y  no de pertenencia a un cuerpo social que reconoce y potencia los derechos a la vida y la dignidad de las personas.  La solidaridad, que debe ser el pegante de la vida social, se reduce a su dimensión  horizontal entre quienes comparten las mismas privaciones y amenazas; al  ámbito de las relaciones familiares ampliadas, de los compadres, de los vecinos de barrio o de vereda. Mientras tanto, las dirigencias del país, así en plural, pasan a 30.000 pies de altura por encima de la brega diaria  de una inmensa mayoría que no da el brazo a partir,  a espaldas de unos  dirigentes entregados a unas peleas que a nadie interesan y  a  la defensa de sus intereses mezquinos que a todos perjudican.

Lo de Abad Colorado es el homenaje al país de carne y hueso, heroico en medio de sus limitaciones y abandono pero que como la vida que expresa, es el  depositario de la esperanza en medio de tanta pequeñez humana, de tanta torpeza e irracionalidad. Es una bocanada de humanidad en medio de tanta inhumanidad. El mensaje es claro, no todo está perdido porque lo fundamental está a salvo: la indómita condición humana.

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