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Una cultura gadget

Alexa Zárrate Díaz
12 de julio de 2008 - 04:36 a. m.

EL DICCIONARIO MERRIAM WEBSter define la palabra gadget como aquel “dispositivo mecánico o electrónico de uso práctico que constituye una novedad”.

Este vocablo ha cruzado la frontera del río Grande o Bravo que recibe uno de estos nombres según el lado del que se mire, o si se cruza en SUV sobre un puente o nadando para llegar a Colombia transliterado en “gallo”, barbarismo del que deriva el verbo “engallar”, que equivale a poner accesorios generalmente innecesarios a algo, con la intención de mejorar su desempeño, pero a menudo con resultados discutibles cuando no monstruosos.

Por ejemplo, hay quien engalla el vehículo familiar, lenta y dolorosamente pagado a cuotas, para que luzca como carro de carreras. No importa que se vea, de hecho, lobísimo (de “lobo”, que es como decir rastacuero): la idea general consiste en hacer pública ostentación de lo que se tiene, porque aquí se vale por lo que se tiene. Si no tiene, no lo encuestan. Por extensión, también se puede engallar la indumentaria o el lugar de residencia.

¿Cuántos colombianos no se desloman trabajando para lucir en su vestimenta las marcas de moda? En nuestras calles matan por un par de zapatillas. ¿Acaso no es usual encontrar en ciertos municipios o ciudades casas engalladas con piscina, jacuzzi, jardín con enanos y hongos plásticos, rejas doradas y ventanas de vidrios polarizados, donde se realizan fiestas de acordeón y corridos prohibidos a todo volumen?

El gallo, así entendido, está de moda. Es más, el gallo manda. No es sino ver cómo, de un tiempo para acá, las señoritas de ciertos municipios engallan determinantes partes de su anatomía con dispositivos de silicona destinados a servir de señuelos para acceder a un mejor estatus de vida.

Según la experta en lactancia Nora López, Medellín tiene el récord mundial de implantes mamarios de silicona, lo que ha ido de la mano con el creciente prestigio de sus cirujanos plásticos y, por ende, el auge del turismo quirúrgico, un renglón más de la llamada industria sin chimeneas que, por cierto, la actual administración se empeña en vender con un eslogan que tiene la virtud de acomodarse tanto a la Casa de Nariño como a Colombia: “el riesgo es que te quieras quedar”.

El fenómeno del engallamiento quirúrgico es, sin duda alguna, protuberante: por estos días suena en emisoras un tema con pretensiones musicales que, bajo el título de (cómo no) “La engallada”, cuenta la ejemplar y triste historia del esposo que financió con ingente sacrificio los implantes de su señora, a fin de que se viera más bonita. Pero claro, una vez concluido el proceso de embellecimiento, fue despreciado y abandonado por ella, quien terminó como puede verse en cualquier club nocturno al lado de un macho más duro, más solvente y más “gallo” (aquí en la acepción de presumido).

Pero la verdaderamente engallada es la sufrida Constitución del 91, una muchacha de apenas 17 años que va ya por 26 cirugías estéticas, que entre “articulitos” y “Articulitos” cada vez está más deforme, no ha terminado su convalecencia y ya su próximo cirujano arremete con escalpelos de “viabilidades jurídicas y políticas”, eso sí todo dentro del consenso, ése al que ya nos han estado acostumbrando los del 84%.

* Decana Comunicación Digital, Universidad Antonio Nariño.

 

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