Una elección sin debate

Rodrigo Uprimny
17 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

La decisión de Duque de eludir un debate televisivo en segunda vuelta con su rival Petro pudo ser astuta, pero es antidemocrática, pues un cálculo electoral lo llevó a sacrificar un importante bien público: los beneficios colectivos de una discusión pública de las propuestas de los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta.

Estos debates públicos son importantísimos porque la democracia no es sólo el gobierno de las mayorías. Es igualmente, como lo han dicho Amartya Sen y John Stuart Mill, un gobierno a través de la discusión pública.

Esta defensa de una democracia deliberativa y no puramente mayoritaria se fundamenta en que la discusión pública tiene grandes virtudes, como las siguientes: i) ayuda a corregir errores porque somete los argumentos empíricos y teóricos a la controversia, con lo cual promueve decisiones más racionales; ii) impulsa la justicia porque obliga a presentar abiertamente las razones que sustentan las propuestas, con lo cual ciertas motivaciones manifiestamente injustas quedan excluidas del debate político por ser inaceptables; iii) reduce los riegos de autoritarismo pues obliga a los gobernantes a sustentar sus decisiones y propuestas en razones; iv) fortalece la legitimidad de las instituciones pues los ciudadanos tienden a acatar mejor las políticas que resultan de razones conocidas y debatidas.

Es lamentable entonces que no hubiera habido ninguna confrontación televisiva entre los candidatos de segunda vuelta; ese hecho mina la deliberación pública, de la cual depende en buena parte el vigor, la justicia y la legitimidad de la democracia.

El argumento de que ese debate era innecesario por cuanto había habido muchísimos (incluso demasiados) en la primera vuelta es inaceptable puesto que la segunda vuelta implica en toda democracia realinderamientos políticos y variaciones en las posiciones de los candidatos. Por ejemplo, era válido interrogarse si la adhesión de César Gaviria, quien es crítico de repenalizar el consumo de drogas y defendió el Acuerdo de Paz con las Farc, podía llevar a un cambio de posición de Duque en estos temas. O si los apoyos de Antanas Mockus y Claudia López implicaron modificaciones de las propuestas de Petro, o simplemente clarificaciones de puntos que estaban ambiguos.

Una cosa es entonces la confrontación argumentativa entre los cinco candidatos en primera vuelta y otra distinta el debate de los dos que pasaron a segunda vuelta. Por eso es lamentabe que Duque hubiera eludido esa controversia simplemente porque lideraba las encuestas de preferencias electorales. Y es igualmente lamentable que los medios hubieran cancelado ese debate, en vez de mantenerlo con el candidato que aceptó participar, poniendo una silla vacía para representar al que se negó a hacerlo, como lo propusimos algunos. En esa forma hubiera quedado claro el distinto compromiso de los candidatos con la deliberación democrática.

En una democracia más robusta esta negativa de Duque hubiera sido sancionada por una reducción del apoyo de los ciudadanos, que hubieran sentido burlada su oportunidad de examinar las posiciones confrontadas de los dos posibles presidentes. ¿Imaginan ustedes el escándalo que se hubiera armado en Francia si Macron, quien lideraba claramente las encuestas para segunda vuelta, se hubiera negado a discutir en segunda vuelta con Le Pen? Pero en Colombia muchos de los seguidores de Duque celebraron esa negativa como una gran astucia. Un síntoma de la precariedad de nuestra cultura democrática.

Nota: esta columna retoma muchos argumentos de otra escrita en 2006, donde critiqué que Álvaro Uribe se hubiera negado a participar en debates de candidatos: ¿una extraña coincidencia?

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

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