Una experiencia para siempre

Felipe Jánica
02 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

Esta Semana Santa no pasará desapercibida. Viotá y el Piñal, Cundinamarca fue el escenario perfecto para demostrar que con mucha disposición y muy poco se puede vivir una experiencia para siempre. Se trataba de un grupo de familias misioneras que se dio a la tarea de coadyuvar con la evangelización de familias vecinas de estos maravillosos pueblos cundinamarqueses. Más allá de la evangelización, necesaria en estos tiempos de efervescencia y calor - sí sobre todo mucho calor- pudimos lograr los objetivos trazados: lograr que todas las familias se juntaran al unísono en la réplica del mensaje que nos dejó nuestro señor Jesucristo. Al finalizar la Semana Mayor, puedo darme por bien servicio pues quién pudo aprender fui yo y mi amada familia.

Despojarse de todo lo que uno tiene es difícil si se piensa desde lo material. Pero así como aprendí que para poder aprender hay que des-aprender, de la misma manera me dispuse a pasar una Semana Santa, realmente Santa. Esto implicó renunciar a un merecido descanso por esta época que en mi caso es ardua laboralmente hablando. Bastó con el llamado de mi hija Isabela intercediendo para renunciar a un viaje de placer y descanso y en lugar de ello poder hacer parte del grupo de familias misioneras.

Me queda en la retina no solo los bellos momentos, sino haber aprendido a conocer las necesidades de estos maravilloso pueblos. Conocer al país del Sagrado Corazón recorriéndolo no tiene precio. Conocer de primera mano las necesidades de nuestros conciudadanos y saber qué con muy poco se puede trascender debe ser una obligación. Aprender por medio de las experiencias ajenas le ha dado valor a mi existencia. Ésta, no es la excepción pues pude captar no solo necesidades del común: económicas. De hecho con lo que me encontré fue con más necesidades intangibles que tangibles.

Lograr cubrir las necesidades básicas, es el mandato constitucional del Estado con su pueblo. Sin embargo, estas necesidades son materiales por ejemplo si hablamos de las básicas: alimentación, vestido y vivienda. Pero ¿Qué hay de aquellas necesidades intangibles? Es decir, de aquellas que no dependen de lo material, por ejemplo el darle consuelo y palabras de aliento a quién sufre una pena moral o un inmenso dolor por la pérdida de un familiar cercano. Sí, eso y muchas necesidades como estas: intangibles, fue las que pude evidenciar y vivir de cerca en Viotá y en El Piñal.

Si el Estado somos todos, entonces a la constitución política le hace falta hacer explícita que los ciudadanos debemos aprender a pescar para conseguir el pescado. Lograr que todos comprendamos esto, que dicho sea de paso es más de sentido común que de sentido figurado, estaré convencido que el país podrá gozar de un futuro providencial. Empezar a actuar, consecuentemente, debe ser entonces nuestro deber como ciudadanos. Por supuesto el Estado debe ser el facilitador de cara al cumplimiento de estas necesidades básicas, pero jamás podrá hacerlo por nosotros sin nuestra ayuda.

La pregunta a renglón seguido es quién suple las necesidades de un pueblo ávido de necesidades intangibles. A mi gusto la respuesta es simple: lograr donar, no plata, pero sí tiempo podrá ser la génesis de lo cambio. Ser factor multiplicador como lo son las familias misioneras estoy convencido que puede ser el inicio de un futuro promisorio para nuestro país y para sus alrededores. Gracias al movimiento Juventud y Familia Misionera por empezar a hacer parte del cambio.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar