Una feria en tiempos de penuria

Piedad Bonnett
29 de abril de 2018 - 03:00 a. m.

La gala de poesía, donde leen seis poetas de distintas edades y nacionalidades, está repleta. También la sala donde tres escritores disertan sobre la relación entre poesía, filosofía y ciencia. Y aquella donde lee la poeta Ana Blandiana, y también el auditorio donde entrevistan a Rodolfo Llinás. Es la Feria del Libro de Bogotá, la Filbo, que cada año coge más fuerza y tiene un repertorio más interesante, que bulle de gente en su primer fin de semana.

Hay muchas razones para asistir: los autores invitados, entre los que se cuentan autores tan disímiles como Catherine Millet, Alejandro Gaviria y Alex Grijelmo. Las grandes editoriales, por supuesto, con sus muchas novedades; pero también el bellísimo rincón de los editores independientes, que aunque creo que está absurdamente escondido, ofrece libros interesantísimos, muchos de ellos producto de la capacidad de riesgo y el fervor de editores muy jóvenes que creen en la importancia de su tarea y tienen fe en los lectores colombianos; y el pabellón donde el Museo de la Memoria anticipa algo de lo que podremos ver en él en un futuro. Pero lo que más me ha gustado de esta feria es que propone cruces inesperados y que abre espacios a temas urgentes en una sociedad que se resiste a la inclusión, que no sabe oír, que sigue atravesada por el odio. Resulta enriquecedor que Jorge Orlando Melo, un respetado historiador, sea el que entreviste a Íngrid Betancourt; o que Gonzalo Sanchez, el director del Centro de Memoria Histórica, esté encargado de hablar con Ana Blandiana, la poeta y ensayista que ha adelantado su obra sorteando la amenaza de la dictadura comunista en Rumania; o que un médico alternativo como Santiago Rojas sea el que converse con el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, que acaba de escribir un libro sobre su experiencia con el cáncer. También hay que celebrar que en el espacio llamado Conversaciones se incluya a seis personas trans, que según el programa “se han apropiado de las ofensas y con ellas se han abierto espacio mediante el humor como un arma de resistencia”; que Catherine Millet pueda exponer sus atrevidas ideas sobre la sexualidad; e incluso que los youtubers tengan la oportunidad de ser ovacionados por sus fans enloquecidos, que de tanto en tanto aturden con sus chillidos el recinto ferial.

Sí, está muy bien que la feria sea espacio para lo diverso: que si queremos podamos ir a la charla de un Vargas Llosa que se ubica a la derecha, o a oír a Diamela Eltit, que se inclina hacia la izquierda, o a las víctimas del conflicto y a los defensores de los acuerdos de paz, o a alguien que se mueve en el mundo esotéricamente. Muy bien, porque estamos en el terreno de las ideas y no de las armas o las agresiones, y los libros y sus autores están en la feria, no para adoctrinar, sino para inquietar, hacernos descubrimientos, proponer debates. En un momento tan descorazonador como éste, cuando arde el Catatumbo, se descubre más corrupción —ahora en las Fuerzas Armadas—, el proceso de paz tambalea y el de reinserción no termina de arrancar, la feria, con sus multitudes entusiastas, es un pequeño acto de fe, una llama en la oscuridad.

 

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